Viernes, 04 enero 2002 Año III. Edición 273 IMAGENES PORTADA
Opinión
Lourdes o la ind-esencia de la revolución 'cubana'

Del ocaso de un líder y de la degeneración de un proceso más retórico que legítimo.
por CARLOS M. ESTEFANíA Parte 3 / 3

Por supuesto, Castro pudo haber ensayado una forma distinta de hacer socialismo, al menos en Cuba. Su régimen tenía las espaldas protegidas, pues los norteamericanos fueron fieles al compromiso de no invadir a Cuba después de la crisis de los cohetes del 62. Estados Unidos más bien dejó a Castro hacer y deshacer, tanto dentro como fuera de la Isla, poniendo a buen resguardo a los grupos más beligerantes de cuantos se le oponían en el exilio, y limitándose a no comerciar ni conceder créditos a un Gobierno que hacía del reto y la provocación antinorteamericana su filosofía, reconocido diplomáticamente y comercialmente por casi todo el mundo y con un grado de legitimidad que no encontró ninguna otra dictadura.

La conciencia de que los soviéticos nunca regalaron nada a Cuba, y de que siempre humillaron a su pueblo, es la causa de que muchos cubanos hayan sido castigados, incluso aquellos que criticaron la dependencia desde posiciones de izquierda. En la lista de víctimas de esta apátrida intolerancia se incluyen desde los que tempranamente, en los 60, fueron acusados de "prochinos", como Elizardo Sánchez Santacruz (lista en la que el Che Guevara bien pudo haber caído de no haberse marchado con viento fresco a "revolucionar" el Congo y Bolivia), hasta los cuatro firmantes de La patria es de todos, un documento donde se saca el trapo sucio de las bases rusas en Cuba: "¿Qué va a convenir el Gobierno cubano para solucionar los diferendos internacionales y tratar de insertar tasas de economía globales? Las medidas que tomará para la eliminación del embargo. Las vías para recuperar la parte del territorio cubano ocupada por bases militares extranjeras; Guantánamo, Lourdes y Cienfuegos".

El programa del Partido Comunista de Cuba, estudio obligatorio en todas las universidades de la Isla, condenó religiosamente la crítica a los "hermanos soviéticos" hasta la llegada de los desafueros de Castro contra la Perestroika. Evidentemente, la política de coqueteo con Rusia recuperó luego la tradición de no cuestionar al "aliado", independientemente de su ideología. La policía política, sus aparatos de control y el miedo al desempleo se encargarían de que los cubanos interiorizaran este postulado. La vocación servil del régimen —aún desmoralizado por el retiro inconsulto de las tropas mercenarias— hizo que pactara todavía la presencia de bases extranjeras en territorio nacional. Si los rusos engañaron a Castro tres veces, la culpa no es de nadie más que del "Comandante".

Pese a los encontronazos con la realidad, el Gobierno cubano ha seguido pensando como en los tiempos de la guerra fría, y en su febril imaginación ha querido reconstruir aquella etapa, sustituyendo actores que no compaginan en los mismos roles. Lo que fue el campo socialista, ahora debía ser interpretado por las superpotencias de China y Rusia. El papel de cuña hacia el tercer mundo, representado antaño por aquel manipulable "Movimiento de Países no Alineados", tendría ahora el rostro de los sectores internacionales más agresivos del islamismo. Lo que no calculó Castro fue la incompatibilidad de estos aliados. Tanto Rusia como China encuentran una resistencia atroz en los pueblos musulmanes que están en su interior. Por su parte, los fundamentalistas musulmanes —con los que Castro pretende sellar el pacto contra natura entre Marx y el Islam— son los mismos que apoyan los movimientos separatistas en esas superpotencias.

Castro, con la aniquilación de sus intelectuales más lucidos, parece que ya no estudia la política internacional ni la situación interna de sus "amigos". Por eso fracasa. Fracasa también porque ha conducido un proceso —cada vez menos auténtico desde una óptica revolucionaria, o si se quiere socialista— construido en buena medida desde afuera y no a partir de las necesidades de desarrollo y justicia social del pueblo cubano. La "Revolución" se le desvanece entre las manos en tanto desaparecen, en el ámbito internacional, las contradicciones y ejes que le dieron vida. La naturaleza de los conflictos mundiales de hoy, por lo visto, escapa al olfato del alguna vez sagaz político que fue Fidel Castro. Su larga carrera "revolucionaria" y "patriótica" está definitivamente liquidada.

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