Lunes, 22 julio 2002 Año III. Edición 414 IMAGENES PORTADA
Música
Ritmos del subdesarrollo

La música en la cinematografía nacional (1960-1970).
por ARSENIO RODRíGUEZ, Barcelona Parte 2 / 3

Recuérdese que este período de renovación en la música clásica en Cuba es conocido como "vanguardia", y fue protagonizado con acierto por Leo Brower (1939), Juan Blanco (1919), y Carlos Fariñas (1934), aunque hay que reconocer que su etapa de mayor esplendor fue la de 1964-1969 —como apunta la musicóloga Victoria Eli Rodríguez—. Resulta evidente que tendría que haber una sintonía excelente entre músicos y cineastas, los cuales también intentaban un nuevo discurso.

En Cumbite (1964), Titón da un giro en la banda sonora de sus películas (según se afirma, por sugerencia de su ayudante y amiga, Sara Gómez), y manda a fabricar especialmente instrumentos típicos de la música haitiana. Se llamó nada menos que a Tata Güines para tocarlos.

Enrique Pineda Barnet graba un testimonio memorable para la danza cubana: Giselle (1964). En él se puede apreciar en todo su esplendor a Alicia Alonso, ejecutando la coreografía del mismo nombre como primera bailarina absoluta.

A partir de mediados de los años sesenta, Leo Brower destaca como uno de los compositores más importantes de la filmografía criolla —puede encontrársele en La muerte de un burócrata (1966) y Memorias del subdesarrollo (1968), ambas de Tomás Gutiérrez Alea—, pero su trabajo también sobresale de forma impactante en la cinta Lucía (1968), de Humberto Solás. La película contiene en realidad tres historias ubicadas en períodos disímiles del devenir cubano: la primera, en 1895; la segunda, en 1930, y la tercera en la década de los 60. La música va evolucionando, como las fechas de las historias. Si en la primera Lucía predomina el piano con un tema sobre una idea de Schumann, en la segunda Brouwer apela a la flauta sobre un preludio de Chopin, vinculado a una música aleatoria que mezcla viejas canciones populares. La tercera Lucía es de la guitarra, y su leit motiv la Guantanamera, la antológica pieza de Joseíto Fernández. Solás, por su parte, había hecho el documental Minerva traduce el mar (1963), donde se auxilió de la música y de una reconcentrada búsqueda de la belleza formal. Sobre éste, Joel del Río escribió que "recurría al raudal metafórico lezamiano y también a la música, la danza y el teatro en una suerte de performance interdisciplinario como antecedente adelantado (muy adelantado) de lo que después se conocería en nuestro medio con la clasificación imprecisa de videoarte. A pesar de su formalismo agresivo, y de un cierto aire de dilettantismo avant garde, cuya insolente obviedad no volvería a formar parte de los códigos expresivos solasianos".

En el largometraje La primera carga al machete (1969), uno de los más importantes de la época, aparecía en pantalla Pablo Milanés, adelantando a fines de los 60 la avalancha de cantautores que a través del GES (Grupo de Experimentación Sonora del ICAI) pondría su talento al servicio de la imagen que quiso dar la revolución de la historia: de la anterior y de la que comenzaba a construir.

De la música y su tratamiento en diferentes documentales de los primeros años de la revolución es destacable el énfasis que se puso en intentar dejar una memoria de la popular y sus eventos más sobresalientes. Pero, antes de hablar de los documentales musicales de este momento, no puede pasarse por alto el censurado PM. En mayo de 1961, Sabá Cabrera, hermano de Guillermo Cabrera Infante, filmó PM (Pasado Meridiano), sobre las actividades nocturnas de una parte de la población habanera. La película pasó por televisión pero fue vista con objeciones en el Instituto del Cine. La acusaban de escamotear la presencia de milicianos, de obreros, de maestros alfabetizadores en la imagen que se ofrecía del pueblo; quienes aparecían eran marginales, lumpens... se dijo que resultaba una forma de mentir sobre la realidad cubana. Se organizó, por tanto, una reunión previa en la Biblioteca Nacional, para despejar la atmósfera. Los días 16, 23 y 30 de junio de 1961 se reunieron allí las figuras más representativas de la intelectualidad nacional para discutir problemas inherentes a la creación literaria y artística. En la presidencia se encontraban Fidel, Dorticós, Roa, Carlos Rafael, Guillén, Carpentier, Vicentina Antuña, Núñez Jiménez, Aragonés y Hart. Dorticós dijo, en unas palabras introductorias al debate, que la cultura, con todos sus cauces y matices, debía servir al pueblo (una contradicción, porque el pueblo era el protagonista de PM). En fin, el filme fue censurado... son muchos los que en la Isla aún no la han visto. Quizá las palabras de Severo Sarduy expliquen mejor la causa de la censura: "El estallido de la revolución instauró una imagen moralizante y seminal del macho; el héroe reproductor, el fecundador mítico, blandiendo un código de prohibiciones y de permisividades —muy pocas— que era, apenas transpuesto, el del cristianismo más rancio".

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