Cada cierto tiempo, como si se purgara, la Historia supura secretos que los implicados en ellos hubieran preferido que nunca se revelasen; secretos que, al dejar de serlo, nos permiten apreciar hasta qué abismos de sevicia y enajenación moral puede descender el hombre cuando, movido por ambiciones insanas o creyéndose en posesión de una verdad irrefutable, cuenta con todo el poder para imponer su voluntad.

Periodista Akbar Ganji (derecha) 10 años de prisión por asistir a una conferencia sobre Irán en Alemania

En la última semana, la prensa internacional informó de que el ayatolá Husein Alí Montazeri, nombrado en 1985 sucesor del ayatolá Jomeini, ha revelado en sus memorias, divulgadas en Internet desde Londres, que alrededor de tres mil presos políticos fueron asesinados en 1988 en las cárceles iraníes por orden de Jomeini. Según el que fuera la segunda autoridad de la República Islámica, casi todos los asesinados eran jóvenes de izquierda que cumplían penas de cárcel por "contrarrevolucionarios". El procedimiento que se usó no podía ser más expedito: se le preguntaba al preso, sin explicarle nada, si se arrepentía de sus hechos y, si la respuesta era negativa, se le ejecutaba en el acto. Afirma Montazeri que Jomeini reaccionó así ante el incremento de las acciones armadas de grupos que consideraba vinculados a Irak y a Estados Unidos. Fue una degollina cautelar comparable a la de Paracuellos del Jarama, perpetrada por los republicanos en la guerra civil española. Oponerse a esa brutalidad le costó a Montazeri caer en desgracia.

Otra revelación de última hora está relacionada con la matanza de estudiantes ocurrida en la plaza de Tiananmen en 1989 (atrocidad que recibió el visto bueno público de Fidel Castro). Documentos secretos, sacados de China por un funcionario de este país y publicados en Estados Unidos por The New York Times y la editorial Public Affairs, dejan en claro que fue el miedo a la revuelta estudiantil y a perder el poder y ser encarcelado lo que impulsó a Deng Xiaoping a dar al Ejército la orden de disparar contra la multitud de jóvenes que en la célebre plaza pekinesa exigían reformas democráticas. Este fue el comienzo de una ola de represión, desatada por el todopoderoso Deng y el primer ministro Li Pen, y apoyada por el actual jerarca Jiang Zemin, que produjo millares de muertos en toda China. Por esos documentos se ha sabido también que Zhao Ziyang, secretario general del Partido en aquella época, intentó, en pleno apogeo de la ley marcial, detener la represión. No pudo y, como Montazeri en Irán, cayó en desgracia.

En América Latina también ha habido en estos días una revelación estremecedora. Una revelación que más bien es una confirmación. Las Fuerzas Armadas Chilenas han entregado al presidente de la república, Ricardo Lagos, un informe en el que admiten haber cometido, durante la dictadura de Pinochet, crímenes horrendos, como arrojar al mar setenta presos políticos y desaparecer de diversos modos a casi trescientos más. De acuerdo con las denuncias de los familiares de las víctimas, que rechazan el informe por insuficiente, estos no son los únicos asesinatos a los que deben responder los militares que estuvieron bajo las órdenes del ex dictador que ahora se encara a la justicia.

Las confesiones del ayatolá Montazeri, los papeles de Tiananmen y el informe de las Fuerzas Armadas Chilenas vienen a corroborar que la novela negra es literatura para párvulos al lado de estos y tantos testimonios de crímenes cometidos en aras de alguna causa "redentora" o por el grosero apetito de poder.

De los delitos aquí relatados, sólo están en manos de los jueces los cometidos en Chile, país en que hoy existe una democracia.