Diálogo transiberiano |
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El encuentro entre Vladimir Putin y Kim Jong-Il ha despertado el interés de los analistas y las suspicacias de Washington |
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por LUIS MANUEL GARCíA |
Parte 2 / 2 |
De haber ocurrido veinte años atrás, el protocolo habría sido el protagonista del encuentro entre ambos líderes. Hoy ha despertado el interés de los analistas y las suspicacias de Washington. Junto con Irán, Irak y Libia, Estados Unidos considera a Corea del Norte un "Estado gamberro", lo que define, según la visión estadounidense, a Estados antidemocráticos, socioeconómicamente inestables y con aspiraciones de convertirse en potencias nucleares. Es cierto que Corea del Norte, a pesar de la hambruna que ya ha diezmado a millones de habitantes, ha reforzado su presencia militar en la frontera sur, y se empeña en un costoso proyecto de tecnología nuclear punta –en 1988 realizó una prueba sobre el espacio aéreo de Japón con misiles balísticos. Pero sería ridículo pensar que podría intentar un ataque nuclear a Estados Unidos, algo sólo creíble como excusa para engrosar el abultado presupuesto militar norteamericano, y sembrar en la mente de los electores una falaz presunción de invulnerabilidad.
Es curiosa la inquietud de la administración Bush, porque Estados Unidos ha sido el principal organizador de la reunión entre Vladimir Putin y Kim Jong-Il, así como del acercamiento entre Moscú y Pekín.
A pesar del fin de la guerra fría y el desmoronamiento del antiguo campo socialista, el presupuesto militar norteamericano, en lugar de descender, ha crecido. Nuevas iniciativas, como el escudo antimisiles, resultan cuando menos contraproducentes tras la esperada distensión. Lejos de fomentar la integración de Rusia, la transición de China o la reunificación de ambas Coreas –que posiblemente reproduzca la absorción de la antigua R.D.A.–, la arrogante pretensión norteamericana de convertirse en la policía del planeta en un mundo unipolar, favorece el acercamiento entre países del antiguo bloque. Bien sea para presionar a Washington, o para restaurar la personalidad internacional perdida. En contraste con las amenazas y sanciones de Washington, Vladimir Putin ofrece una puerta a Corea del Norte, promete la expansión del transiberiano a toda la península coreana y un programa de cooperación energética y comercial. Al mismo tiempo, se dispone a jugar un papel protagónico en las conversaciones con Corea del Sur, lo que restaurará en parte su protagonismo en la región. Y ya de paso, mantiene en vilo a su colega Bush ante la perspectiva de venderle armas a Kim Jong-Il.
El ferroviario coreano posiblemente recorrerá de regreso los 9,500 kilómetros a casa, con la certidumbre de que incluso su estalinismo trasnochado puede encontrar aliados interesantes en este mundo. Todo está en buscarlos.
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