Viernes, 10 agosto 2001 Año II. Edición 180 IMAGENES PORTADA
Internacional
Indonesia mueve fichas

Un país en busca de estabilidad, una mujer que pudiera dársela
por MANUEL DíAZ MARTíNEZ  

Indonesia, el cuarto país más poblado del planeta (215 millones de habitantes en un territorio compuesto por miles de islas cuya superficie total ronda los 2 millones de kilómetros), acaba de dar un paso más en su afanosa búsqueda de la estabilidad democrática. El pasado día 23, la Asamblea Consultiva del Pueblo (Parlamento) destituyó al presidente Abdurrahman Wahid, acusado de ineptitud y corrupción, y en su lugar situó a la vicepresidenta, Megawati Sukarnoputri, hija del histórico líder nacionalista Achmed Sukarno, fundador y primer presidente del Estado indonesio.

Fieles
Fieles. Despediendo al ex presidente
Abdurrahman Wahid

Wahid, el Gus Dur (Hermano Mayor en la religión musulmana, practicada por el 90% de los habitantes del archipiélago), apoyado por las formaciones políticas de su credo religioso, aliadas del Partido Democrático Indonesio para la Lucha (PDIL), ocupaba la presidencia desde junio de 1999, data en que este partido ganó las primeras elecciones genuinas celebradas en cuarenta años. En realidad, la candidata ganadora en aquellos comicios fue Megawati, pero los partidos musulmanes le dieron el poder al Gus Dur. Del nuevo mandatario, que había sido amigo de Sukarno y cuya misión histórica consistía en encarrilar e impulsar la transición democrática que se imponía luego del derrocamiento de la larga dictadura de Suharto, se esperaba que conjurara la crisis económica al mismo tiempo que combatiera la corrupción y pacificara un país agitado por separatismos violentos. Los hechos demostraron pronto que Wahid no reunía las condiciones políticas y personales para acometer con éxito semejante faena. La historia, una vez más, se equivocó de intérprete. Medio ciego, casi sordo, con la salud perdida, pero asido al poder como un mejillón a un arrecife, intentó, apelando al ejército, disolver el Parlamento para esquivar la destitución, pero los militares desacataron sus órdenes y el Parlamento, finalmente, lo echó a la calle por 591 votos a favor y ninguno en contra.

Esta vez las fuerzas armadas indonesias, presentes siempre –más de lo deseable y aconsejable– en la vida política del país, colaboraron de forma ejemplar con el poder legislativo para impedir la entronización de un nuevo adalid perpetuo, o jeque designado por la Providencia, y proteger la continuidad del proceso democrático (ya Wahid estaba poniéndole la etiqueta conmovedora de "guerra santa para salvar a Indonesia" a su dolosa pretensión de clausurar por las armas el Parlamento).

Una interrogación se abre ahora en el horizonte de ese complicadísimo país que es Indonesia: ¿será capaz la sonriente Mega, como familiarmente la llaman sus amigos y partidarios –de aspecto tan doméstico y, sin embargo, con una respetable historia de oposición a la dictadura de Suharto, el general que destituyó a su padre–, de llevar a cabo lo que no pudo o no supo hacer su cesanteado antecesor? La señora Sukarnoputri, una mujer discreta, que hasta ahora se ha movido en segundos planos, no es aún bien conocida en Occidente. Según las informaciones que se han divulgado en estos días, goza de popularidad entre sus compatriotas –una popularidad que debe al hecho de descender de un prócer–, pero la prensa nacional no le reconoce aptitudes políticas ni experiencia suficiente para resolver los problemas que atenazan al país. Son muchos los que se preguntan si podrá mantener a raya a los militares, si sabrá agenciarse los necesarios apoyos internos y externos para sacar la economía del marasmo en que se encuentra y si encontrará la fórmula política que garantice el mantenimiento de la integridad nacional, seriamente amenazada por discordias raciales, religiosas y regionalistas. Por lo pronto, cuenta con el respaldo de los principales partidos que integran el arco parlamentario.

Hasta el momento, la presidenta de Indonesia no ha nombrado a los miembros de su gabinete ni ha hecho público su programa de gobierno, que alguno ha de tener. Eso sí, ha pedido "sinceridad", que es pedir buena voluntad, y ha abogado por el fin de las luchas internas, señal de que en su agenda ocupa sitio la pacificación del país.


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