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Rodolfo Llópiz: ¿El uso hace el sentido?
DENNYS MATOS, Madrid Parte 1 / 2

El pop art es seguramente, después de las vanguardias artísticas de las tres primeras décadas, el movimiento artístico más renovador y fecundo del pasado siglo. Inició el proceso mediante el cual se desmantelaron —sin que de momento nadie haya intentado recomponerlo— conceptos como por ejemplo, originalidad, estilo o historicidad. Que fueron la base sobre las que se desarrolló todo el arte anterior. Pero si algo ha hecho notar el pop art, es la omnipresencia de la imagen en la cultura contemporánea. La imagen como ensueño, como pesadilla, como deseo, como poder, como mito, como historia, y lo que puede ser aún más peligroso, la imagen como simulacro de la realidad.

Labios
Silencio (Rodolfo Llópiz)

La obra de Llópiz tiene en la imagen y en los mecanismos que operan en su construcción, el elemento fundamental de su poética plástica. Propuesta afincada en los fenómenos comunicativos de la publicidad, pero adoptando frente a ésta una actitud reflexiva sobre dos de sus postulados básicos. La publicidad se hace más real, por tanto más creíble, en la medida en que su realismo formal y conceptual dan una factura de (aparente) realidad. Por otro lado, los mecanismos del mundo de la publicidad condicionan la existencia de productores (creadores) anónimos para vender productos muy conocidos.

En su primera etapa Llópiz toma imágenes, ya sea de la publicidad o del arte popular, reinterpretando su contenido por el efecto que produce insertarla en un contexto diferente del que fueron concebidas. En el caso de la publicidad, son imágenes en las que se agrede y deforma la pretendida perfección publicitaria. Porque deformando la imagen reconocida y codificada, a golpe de paletas de colores pop, trazos expresionistas y contrasentidos semánticos, se deforma y cuestiona también la ideología y el modo de vida que originalmente proponían. El arte popular está presente, a través de la representación que las obras hacen del imaginario social. Lo que explica su vinculación a la realidad más inmediata, abordando con humor de amargos matices, la crisis económica, moral e ideológica por la que Cuba atraviesa.

Ejemplo de ello son las series Trabajador por cuenta propia, iniciada en 1996 y hasta la fecha, donde se recogen el pulso agónico de miles de familias que viven gracias a la picaresca e imaginación de oficios que, paradójicamente, absurdas tareas revolucionarias casi habían hecho olvidar. Precarios artesanos, costureros de pobres materiales, fotógrafos callejeros (creadores anónimos que producen artículos conocidos), talleres de bicicletas destartalados y oficios ambulantes, que en conjunto hacen alusión en claves plásticas pop a la desilusión acumulada por varias generaciones de cubanos.

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