Lunes, 11 marzo 2002 Año III. Edición 319 IMAGENES PORTADA
Deporte
Dime quién te paga y te diré qué eres

Cuba: donde el profesionalismo se hace llamar 'amateur'.
por JORGE EBRO, Miami Parte 1 / 2
El Duque
Idolo de la afición Orlando 'El Duque' Hernández.
Profesionales, ¿y qué?

Profesional, en Cuba, es palabra maldita. Se habla de los profesionales como de personas que han entregado su alma al diablo y son simples marionetas en manos de mercaderes inescrupulosos. Gente que ha perdido su libertad y únicamente tiene la perspectiva de ganar dinero y más dinero, sin la mínima sombra altruista. Parias del deporte.

En la Isla se les llama despectivamente "los rentados", y los medios gubernamentales no cesan de hablar en contra de los astronómicos salarios de los atletas, sin decir en ningún momento que esos sueldos de mareo no salen nunca del bolsillo de los contribuyentes, sino de la maquinaria privada que se mueve alrededor de los eventos deportivos.

Las autoridades cubanas siguen insistiendo en que los profesionales son cosa del pasado, rémora republicana que fue barrida el 1ro de Enero de 1959, a la vez que se daba paso a un nuevo tipo de atleta: el amateur, aquel que no percibe beneficio alguno de la crispación de sus músculos. Si los creadores se entregan por amor al arte, los amateurs lo darían todo por amor al deporte.

Eso dicen. Pero no dicen que el amateurismo en Cuba no pasa de ser un eufemismo. Supuestamente, el amateur sería una persona que tendría un empleo y en sus ratos libres se dedicaría a practicar alguna disciplina deportiva. Quisiera saber el nombre de un atleta en la Isla que cumpliera con ese requisito.

Tomemos, por ejemplo, a los integrantes de los equipos de la Serie Nacional de Béisbol. Quienes no están estudiando en una facultad de Cultura Física —y también ganan dinero— aparecen emplantillados en los más variados empleos y ocupaciones. Desde mecánicos de automóviles hasta obreros calificados de centrales azucareros, todos los peloteros reciben un sueldo, no muy sustancioso, pero dinero al fin y al cabo, que les permite, como a la mayoría de los cubanos, sostenerse a duras penas.

Pero lo realmente gracioso —o triste, depende de cómo se mire— es que cuando termina la temporada beisbolera, los atletas siguen recibiendo el cheque sin haber ido nunca a sus supuestos empleos. Entre entrenamiento y juegos, la vida activa durante el año es de alrededor de siete meses. El resto puede considerarse una botella, al mejor estilo de la época machadista.

Esto sucede con los simples mortales de filas. Las estrellas de la selección elite, según su actuación y longevidad, son premiadas con casas, carros, semanas en Varadero o Cayo Largo y, en ciertos casos especiales —Omar Linares, por ejemplo—, se les otorga una tarjeta magnética para gastar en divisas. Eso, en Cuba, equivale a un millón en los Estados Unidos.

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