| Cambio de mando |
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| Aun estrenando dueño, el horizonte de los Marlins de la Florida no acaba de despejarse. |
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| por JORGE EBRO |
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Luego de varias semanas de absoluto misterio, los Marlins de la Florida se han visto envueltos en los últimos días en un torrente de noticias que podría ser decisivo en sus aspiraciones de llegar a la postemporada de las Grandes Ligas. Al menos ya se sabe quién es quién.
Durante meses los aficionados de Miami, los propios peloteros y la franquicia en general, vivieron en un limbo representativo, puesto que el equipo se encontró en un momento sin manager, sin gerente general, sin ejecutivos y prácticamente sin dueño. El antiguo propietario, John Henry, se desentendió de los peces al comprar las acciones mayoritarias de los Medias Rojas de Boston.
Henry no mostró ni una mínima señal de su pregonado amor por los Marlins, cuando sus esfuerzos chocaron contra la imposibilidad de construir un nuevo estadio para la novena y junto a otros empresarios formó un núcleo que finalmente ofreció casi 700 millones de dólares por el legendario equipo bostoniano.
Entonces, los Marlins cayeron en la órbita de Jeffry Loria, quien se desentendió de los alicaídos Expos de Montreal, equipo que se salvó por un tris —al igual que los Mellizos de Minnesota— de ser eliminado para siempre de las Ligas Mayores por el plan de contracción del béisbol.
Loria es un comerciante de arte. Un hombre que ha hecho su fortuna en la compraventa de obras de pintura en los mercados de subastas y que, casi por hobby, se ha comprado un equipo de Grandes Ligas. En su primera presentación ante la prensa de Miami, sus palabras no sonaron muy convincentes en cuanto al deseo de convertir a los Marlins en un club competitivo.
Ahora ha trasladado a la mayor parte de su personal en Canadá para reubicarlo en la Florida. Con él han venido el nuevo manager Jeff Torborg, el gerente general Larry Beinfest y la mayoría de los integrantes de la oficina central de la franquicia de Montreal.
El nuevo propietario evadió las preguntas relacionadas con el nuevo parque, pero todos saben que ese tema será decisivo a la larga para la permanencia de los Marlins en el sur de la Florida. De no conseguirlo, Loria podría pensar seriamente en mudarse a otro mercado más atractivo, como Washington o las Carolinas.
Es cierto que el Pro Player Stadium no es el idóneo para jugar béisbol. Es la casa de los Dolphins, el equipo de fútbol americano, y en su cuadrilátero no siempre los aficionados encuentran el mejor ángulo para disfrutar del juego.
Es cierto también que el estadio nuevo debe ubicarse más cerca de Miami, donde la mayoría de latinos, y especialmente de cubanos, podría incrementar más las pobres concurrencias de las pasadas temporadas, pero al parecer son muchos los intereses encontrados y todavía no ha surgido un plan que cuente con el consenso de los involucrados.
Todos quieren un nuevo parque. Hasta Liván Hernández, quien fuera un factor clave en la histórica victoria en la Serie Mundial de 1997, expresó su deseo de volver al equipo si éste contaba con un cuartel general de primer nivel y más próximo al hogar de sus miles de seguidores de la Isla.
Pero no todo es negativo. Los Marlins cuentan con un equipo en ascenso. Jóvenes peloteros que han ido madurando y que, de ser guiados con mano sabia, podrían convertirse en un quebradero de cabezas para el resto de su división en la Liga Nacional.
Tienen en Cliff Floyd a uno de los más completos jugadores del momento, Charles Johnson se ubica entre los cinco mejores receptores y sus lanzadores noveles son la envidia de muchos en las Mayores.
Ahora que acaba de empezar el entrenamiento de primavera, se verá cuáles son las verdaderas intenciones de Loria. Si realmente pondrá su corazón en el equipo o éste será su último juguete, adquirido en las revueltas aguas de las Grandes Ligas.
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