Lunes, 15 julio 2002 Año III. Edición 409 IMAGENES PORTADA
Los libros
Pedro Blanco, el negrero

por C. E. D., Miami Parte 3 / 3

"Un rebaño de gente, grandes y chicos, rodearon la casa, con los bolsillos y mandiles llenos de piedras, en espera de que saliese Pedro. Y cuando salió, las piedras y los cencerros y los gritos llovieron sobre él. Pedro dio en correr y la turba a seguirlo, hasta que se echó al agua y nadó sumergido hasta la Caleta donde había un velero de Mallorca. La turba lo perdió de vista y la noche vino a taparlo todo".

Con ese espontáneo acto de repudio desapareció de ese pueblo mediterráneo uno de sus hijos, quien había osado traspasar los límites de la normalidad, un "elemento" conflictivo que había sido incapaz de confundirse en la imprecisa "masa" comunitaria. ¿Qué aviso me trasmitía Pedro en aquel año olvidable de 1968, en un momento de mi vida en el cual yo no encontraba ningún modelo para imitar? La huida como única solución sensata para escapar ileso de la intransigencia y de los entusiastas.

Siempre me las arreglé para ser feliz en soledad. En casa, al abrigo de la familia, me sentía sometido a un riguroso escrutinio, como una metástasis del sistema en el seno familiar. Pedro me enseñó que la familia podía convertirse en un problema añadido, en un estorbo. Mi temprana afición por la literatura norteamericana fue interpretada en casa como un desviacionismo. El consejo paterno era sustituir a Salinger por Hemingway. Pero al inquilino de La Vigía siempre le vi como a un turista remoto y privilegiado que paseaba por África y escribía un libro alejado de toda actividad humana. Como esos cazadores ricos a los que los nativos llaman bwana mkuba y que vemos encaramados en un Land Rover persiguiendo a una manada de antílopes migratorios. Yo buscaba algo más auténtico, como Pedro, un muchacho que padeció la temprana amputación de su vocación creativa y acabó encauzando toda esa energía hacia una actividad sanguinaria y vil: el comercio de esclavos. O sea, la imaginación derrotada puede convertir a un hombre en un ser peligroso. Freud tuvo razón cuando describió al escritor como una persona que sueña despierta. Pero luego añadió que una persona feliz y contenta con su vida jamás fantasea; sólo lo hacen los espíritus insatisfechos. No puedo estar más de acuerdo con este concepto. La mayoría de los escritores son personajes excéntricos, egoístas, iluminados, dolientes, unos tipos raros. Hurgar en la vida de otros autores me ha ayudado a comprender y aceptar mi propio desarraigo. Una persona desarrolla su imaginación y llega a convertirse en un escritor cuando se siente deficitario, cuando tiene problemas, cuando vive dentro de un ambiente familiar enrarecido, cuando no se identifica o forma parte de una fractura social. Escribir ayuda a conservar un poco de cordura y mantener un cierto equilibrio. A Pedro Blanco Fernández de Trava no se lo permitieron y terminó loco. A pesar de haber alcanzado la opulencia, su imaginación nunca llegó a manifestarse. Murió rico y fracasado. Lino lo cuenta así: "Pero cuando Rosa llegó al pabellón del jardín donde Pedro estaba muerto, los loqueros habían desaparecido de la casa y la caja estaba rota sobre la mesa, la momia medio de fuera, fajada de sedas, los ojos abiertos. Pedro se había quedado en una convulsión, los ojos también abiertos. Las dos momias parecían mirarse".

Esta imagen es una de las peores pesadillas que me han perseguido desde la adolescencia.

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