Lunes, 15 julio 2002 Año III. Edición 409 IMAGENES PORTADA
Los libros
Cuentos negros de Cuba

por C. E. D., Miami Parte 1 / 2
Portada

Al igual que Lydia Cabrera declaró haber descubierto a Cuba durante su estancia en París, a la teatróloga y profesora Ileana Diéguez le tocó encontrarse con los libros de la destacada investigadora y escritora fuera del espacio insular.

Un carnaval de voces negras

Lydia Cabrera alguna vez dijo que había descubierto a Cuba a orillas del Sena. Mientras estudiaba en París, con veintisiete años, ya se desataba en ella la pasión que la llevaría a ser una imprescindible estudiosa de la cultura negra. El extraño influjo de la distancia parece que hace percibir las imágenes de otra manera, como si de la trama de la vida sólo pudiéramos dar cuenta cuando podemos regresarla a través del espejo de los textos. A mí me tocó descubrir a Lydia Cabrera, digo encontrarme con sus textos no con su nombre, también en la distancia de otro espacio no insular. En la Isla, los libros de Lydia eran como la historia de la perla de la mora perdida en el mar: pura nostalgia, anhelo, cuando no azaroso y enigmático hallazgo.

Desde la edición de su primer libro un extraño azar comenzó a marcar las condiciones en que se produciría y publicaría su obra. Los Cuentos negros de Cuba vieron la luz por vez primera como Contes négres de Cuba, en Ediciones Gallimard, 1936, con la traducción de Francis Miomandre. En 1960 Lydia toma el camino del exilio y a partir de 1970, desde esa condición de exiliada, proyecta su extensa, laboriosa y extraordinaria obra, arrojando desde otros espacios una luz y una sapiencia imprescindibles de considerar para el estudio y la comprensión de la cultura cubana.

Rosario Hiriart, estudiosa de la obra de esta autora, reconoce dos líneas en la producción "narrativa" de Cabrera: una, quizás la más difundida, serían los libros de investigación folclórica; la otra, la que llama "los libros de imaginación", donde están incluidos, entre otros, los Cuentos Negros. Es interesante esta clasificación para una producción que el mismo Fernando Ortiz plantea como una "colaboración entre el folclore negro y la traductora cubana". Y digo esto porque, más allá del innegable valor literario, estos cuentos buscan comunicar, recrear, difundir, dar voces a las ricas historias que viven en la tradición afrocubana. A estas alturas nadie puede dudar del aporte sustancial que Lydia Cabrera ha dado no sólo a la investigación etnológica y antropológica, sino muy especialmente a la literatura cubana y sobre todo a esa "otra literatura" que se escribe desde los bordes sociales para dar voz a los otros, algo que logró hacer con ese toque de ironía con que hablan aquellos que saben la condición agónica del lenguaje.

Los Cuentos Negros de Cuba me deslumbran por la capacidad de diálogo que siguen sosteniendo con su contexto más de medio siglo después. La manera en que en ellos se expone eso que Ortiz llamó "una moralidad distinta y unas valoraciones sociales diversas", va configurando un discurso que resulta paródico tanto por el modo en que se rebajan, invierten y carnavalizan las estructuras sociales, como por la manera en que se van representando los tipos, las conductas y expresiones del ethos popular que aquí se recoge.

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