Martes, 03 septiembre 2002 Año III. Edición 442 IMAGENES PORTADA
Cultura
El precio a pagar

Cabrera Infante y Alejo Carpentier: De la coherencia ética al exilio rosa.
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 2 / 3

Alejo Carpentier
Alejo Carpentier

Y denigrar al exilio miamense en bulto, con parrafadas que ni siquiera la peor prensa castrista se atrevería a suscribir, como ésta que pone en boca de la disoluta Teresa:

"En Coblenza estaban los escombros de una sociedad que tenía empaque y estilo. Pero en Miami, si exceptuamos algunos aterrorizados, algunos engañados por la propaganda antirrevolucionaria, algunos viejos que maldicen la jodida hora en que se fueron, y algunos niños inocentes de su exilio, los demás son un amasijo de pandilleros políticos, gente que implora una intervención norteamericana aquí, tahúres que aspiran a reinstalar sus ruletas y garitos, expendedores de drogas, putas, proxenetas, buquenques, estafadores y cuanto lumpen fue a encallar a la Florida —pura mierda. Y yo puedo andar con locos, pero nunca andaré con mierda".

Con Cabrera Infante sucede algo distinto. Nacido en Gibara en el seno de una familia proletaria de filiación comunista, mordido por la miseria en carne propia —una experiencia que se reflejará en toda su narrativa —, el autor de Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto abandonará el terruño también a los 12 años, pero rumbo a la capital de la Isla, para él un mundo tan fulgurante como París para Carpentier. La Habana provocará en el joven de provincia una obsesión que se puede rastrear como un hilo conductor a lo largo de su obra. Al extremo de que se ha afirmado con toda razón que esta ciudad, con sus solares, sus bares y cantinas, su fauna callejera y su desaforada bohemia, es el verdadero protagonista de sus novelas.

En este ámbito picaresco habanero de los años 50, sus personajes —por lo general hijos de vecina, cantantes, erotómanos —, se desplazan en un tiempo sincrónico, fotográfico, empeñado en captar la cotidianidad, el instante pasado (piénsese, por ejemplo, en la presentación del animador del cabaret Tropicana). Se diría que en la narrativa de Cabrera Infante la relación se invierte, y lo que en Carpentier es reflejo ancilar (Cuba y el Caribe) para él es vórtice. Más que eso: un universo autónomo, casi excluyente, desde cuya óptica todo lo circundante (Europa incluida) aparece como telón de fondo, periferia. La poética de Cabrera Infante refleja también un deslumbramiento autoral (en este caso, por el mundo habanero), pero desde una visión autóctona, fragmentaria, de la realidad cubana, que acaso pudiéramos llamar "naturalismo impresionista".

Apoyada en una exuberante fabulación de signo nostálgico, su narrativa del exilio se presenta en el fondo como una obsesiva búsqueda del tiempo perdido, de una Habana vista ciertamente desde abajo y en todas sus contradicciones pero, pese a sus evidentes imperfecciones e injusticias sociales, sentida ahora desde la lejanía como una Arcadia irremisiblemente perdida.

Cada uno a su manera, por encima de su reconocido virtuosismo narrativo —pocos les aventajan en ingeniosidad de forma y pensamiento—, ambos autores hacen gala de frecuentes excesos en ese orden que desalientan a no pocos lectores, obligados a descifrar en cada página chispeantes galimatías o a consultar a cada paso un buen mataburros. En Cabrera Infante, es un alegre retozo estilístico en el que el enunciado se subordina a la fonética de la frase en un incesante bombardeo de retruécanos y juegos de palabras en los que el lenguaje pugna por independizarse del contenido y a menudo lo consigue. Aquí también aflora la vena criolla de Cabrera Infante, cuya prosa estiliza el notorio manierismo expresivo del vulgo cubano. Por su parte, la prosa clásica, cuasi catedralicia de Carpentier, suele incurrir en un insoportable alarde de erudición que, en particular en los campos de la arquitectura y la música, roza con la pedantería y hasta con el esnobismo: molestan esos balcones, balaustradas, arcadas y rejas de La Habana que siempre le recuerdan al narrador no sé cuáles modelos de Boloña, Brabantes o Granada.

Carpentier y Cabrera Infante llegan a enero del 59 con un aval clandestino y relatos que los identificaban de antemano con el régimen triunfante. Pero, mientras Cabrera Infante prácticamente debutaba como narrador con los relatos de Así en la paz como en la guerra (1960, aunque muchos de los cuentos databan de una fecha anterior), cuando ven la luz los relatos de Guerra del tiempo, en 1958, Carpentier era ya un autor consagrado por títulos como Ecué Yamba-Ó (1933), El reino de este mundo (1949), Los pasos perdidos (1953) y El acoso (1956). Más aún: del exilio venezolano traía prácticamente listo el manuscrito de su obra maestra: El siglo de las luces, publicada en Cuba en 1962.

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