Ausencia quiere decir olvido |
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El Ali-Bar, El Palermo o El Sherezada, antaño clubes de culto, languidecen a la sombra de una Habana que extravía la memoria de sus noches. |
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por JOSé HUGO FERNáNDEZ, La Habana |
Parte 1 / 3 |
Puede que no sea cierto, ni atinado, pero suena lindo eso de que no hay olvido, que todo cuanto fue grato o importante algún día no deja de existir por el mero hecho de que no se le recuerde. Que más bien es el individuo el que existe menos cada vez que hala la cadena de la desmemoria.
Desafortunadamente, lo cierto parece ir hoy por otro rumbo. Al menos es así en La Habana, donde la historia avanza a pasos lánguidos pero aplastantes, como los de un cilindro con más de cuarenta ruedas. Apabulla, hunde, sepulta. Y qué viva el olvido.
Ahora está ocurriendo con un grupo de centros nocturnos que en los años cincuenta, e incluso en los primeros sesenta, constituyeron sitios de obligada visita, y aun de culto, para todo habanero divertido y seguidor de los grandes cantantes de la época, o sea, para todos. Basta con mencionar los nombres de algunos de esos lugares para que todavía nuestros padres le prendan cigarros a las niñas de sus ojos y se relaman como saboreando aquella noche de cervezas a precio de bolsillo, cuando estuvieron con el Benny en el Ali-Bar; o aquella otra que pasaron con José Antonio, El King, y con Elena y Frank Domínguez, descargando en familia, porque así era entonces el ambiente en el club Sherezada; o cuando asistían al retozón nacimiento del jazz latino, en su templo, que fue el Club Maxim; o recostados a la barra impar del bar Palermo, codo a codo con la crema y nata de la trova tradicional y la bohemia.
Los recintos donde fue atesorada la nostalgia debieran conservarse improfanables, como las catedrales. Y en Cuba no hay nostalgia que no comience y termine a golpe de cuerda, o viento, o percusión. Tal vez por eso nos está yendo mal con ella. Si, como solían hacer los de medio siglo atrás, los habaneros actuales quisieran trenzar sus más caros recuerdos con la música, mediante un vínculo cercano, en vivo, con sus protagonistas de estos días, sin dudas el empeño naufragaría en la costa. Hoy por hoy, la ocasión, el lugar, las circunstancias para ahornar nostalgias en La Habana, resultan inasequibles para el capitalino de a pie. Por este camino, dentro de veinte años la añoranza por lo que nos quitó o dejó el advenimiento del nuevo milenio será patrimonio exclusivo de turistas extranjeros o de unos pocos compatriotas con mucha más maña que suerte.
Y es que los sitios de siempre, los que santificaron nuestras voces cumbres del bolero, la trova y el son, yacen en el aturdimiento, o se han transformado, por sustitución y/o adaptación, en falsas mecas de una falsa cultura, diseñada con "ideas" y procedimientos de estrategas comerciales que se gastan más dientes que un serrucho pero menos luces que El Prado en horario de apagón.
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