Martes, 03 septiembre 2002 Año III. Edición 442 IMAGENES PORTADA
Cultura
El aplauso es humo

por RAúL RIVERO, La Habana  

Después que Miguelito Valdés cantaba Bruca maniguá ella subía al escenario. Ellas subían. El cuerpo de baile entero era invisible bajo los reflectores hasta que la emoción se disolvía en el techo de estrellas de Tropicana.

Debutó a finales de los cincuenta en una producción que se llamó Night and Day. Era alta y parecía mulata. Se había pasado la adolescencia bailando con María Antonieta Fons, Tongolele y Ninón Sevilla.

En la salita de la casa de La Habana, frente a un radio RCA cubierto por una urna de madera con testamento de quemaduras, ella bailó de todo.

Con Pérez Prado y con Jorrín —uno de sus números favoritos, La engañadora, la condujo a la gloria callada de la familia—, con la Aragón y La Riverside, y con aquellas piezas de la Banda Gigante de Benny Moré, que le producían reverberación y fogaje.

Se hizo sola. Con mucho cine mexicano y mucho radio y muchas escapadas de la quincalla familiar para ver revistas de artistas y leer cancioneros.

Su nombre largo, Zenaida María de la Caridad Díaz Sobrino, le preocupaba siempre a la hora de pensar en la fama y en el tránsito del anonimato a las cumbres.

Poco antes de conseguir un chance entre las figurantes de aquella compañía, un amigo que le presentó a todo el mundo y que era o decía que era escritor y poeta y publicista, le puso, por fin, su nombre artístico: Cheny Sobrín.

Estuvo en varias producciones, conoció a los más grandes artistas de aquel tiempo y tiene en su casa fotos de grupo donde está Nat King Cole y Celia Cruz.

En una aparecen, solos sentados en una mesa, Cheny Sobrín y Lucho Gatica.

Así, con esa misma caligrafía casi infantil, hay imágenes que tienen otras inscripciones: Cheny Sobrín y Luisito Aguilé. Cheny Sobrín, Pedrito Rico y puntos suspensivos.

A mediados de la década de los sesenta decidió bajarse de los escenarios. No, no estaba cansada, se sentía saludable, fuerte y ya con bastante experiencia y confianza.

Lo que pasa es que yo respeto al público y respeto mi trabajo de artista —dice—, y no iba a salir a bailar con las medias rotas y los trajes desteñidos.

No iba a salir con unas cremas caseras que se chorreaban y una parecía un payaso en vez de una modelo. No, de eso nada, qué va.

Después se hizo muy tarde para todo y aprendí peluquería y de eso vivo, en libertad, sin contar con nadie, con mis recuerdos y los aplausos, que es verdad que son humo pero escuché como resonaban.

Yo, allá arriba, el aplauso en el aire y la gente que me miraba.


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