Jueves, 22 febrero 2001 Cubaencuentro punto com
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Sin más curvas...
 
JORGE EBRO, Miami  

Todo lo que quiere, lo tiene. Hace poco más de un año dijo que Cuba poseería uno de los laboratorios antidoping más completos del mundo y ya puede observarse en los diarios la repetida imagen del Comandante en Jefe, barba en mano, escuchando la explicación técnica de cómo determinar la cantidad de sustancias prohibidas en unos mililitros de orine, durante la inauguración del recinto.

Todo lo que busca, lo consigue. Al precio que sea necesario. No importa que la instalación haya costado, dicen los economistas gubernamentales, algo menos de tres millones de dólares, mientras la economía del país pide a gritos inyecciones monetarias para otros segmentos fundamentales, como la alimentación.

Control

Situado en la habanera intersección de 100 y Aldabó —por cierto, muy cercano a una conocidísima estación de policía, que la sabiduría popular ha denominado como 100 y Para allá; para allá es la cárcel—, el laboratorio cuenta con un equipamiento especial de última tecnología y necesitó de materiales muy específicos.

Desgraciadamente para la propaganda oficial, no es el primero de América Latina. Colombia, Brasil y Uruguay se adelantaron a este esfuerzo, pero sí será el primero en casi regalar sus servicios a las demás naciones del área centroamericana y caribeña. En definitiva, a él no le costó nada.

En la inauguración, Fidel Castro, como siempre, aturdió a la concurrencia y a los cautivos televidentes con su sapientísima experiencia en el mundo del dopaje, e informó que una prueba A cuesta 16 dólares, y la B, 21. En el tradicional recorrido, preguntó para qué sirve este aparato o aquel equipo. Se hace el que no sabe, pero momentos atrás le pasaron un detallado informe sobre la procedencia y uso de la más mínima tuerca. Ese es su estilo.

Realmente, este laboratorio es hijo directo de las situaciones provocadas por los casos del recordista de salto de altura, Javier Sotomayor, y de tres pesistas, acusados de haber consumido sustancias prohibidas durante la celebración de los Juegos Panamericanos de Winnipeg, en el verano de 1999.

A raíz de estos hechos, las autoridades atléticas de la Isla y el propio gobierno, que no es lo mismo pero es igual, desataron una furibunda campaña de acusaciones contra las instituciones médicas que dieron el veredicto de positivo que sólo fue superada en intensidad por los sucesos en torno al niño Elián González.

La dirección del INDER y Fidel comparecieron en innumerables programas televisivos, redactaron editoriales en Granma y se quejaron de la mafia cubanoamericana de Miami, del Gobierno de Canadá, de un complot internacional, del bloqueo y de los millones de enemigos de la revolución, los cuales, de alguna manera, alteraron los orines de Sotomayor y los pesistas.

Luego de tanta oscuridad es imposible encontrar algún rayo de luz en torno a este asunto y se hace casi imposible dar un dictamen definitivo. Pero el doping no es nada nuevo en Cuba, desde el campeón olímpico de Moscú 80, Daniel Nuñez, hasta boxeadores como Damián Austín y Waldemar Fonst, atletas de la Isla han consumido sustancias prohibidas para buscar mejor forma o eliminar peso.

El dopaje fue una práctica muy extendida en el antiguo campo socialista. Con el fortalecimiento de los controles en todo el mundo, muchos "logros" del deporte en la Europa del Este se derrumbaron como un castillo de naipes y mancharon un historial que encandilaba a tontos e incautos.

¿Qué fueron de aquellos tiempos fabulosos del atletismo alemán oriental y soviético? ¿Dónde están los sensacionales récords de los halteristas búlgaros, capaces de levantar pesos de locura para un ser humano? ¿Qué ha pasado con muchas nadadoras de la selección femenina china?

Han sido frutos muertos de la infernal maquinaria del dopaje. El mundo occidental tampoco escapa a este flagelo, pero sus figuras, desde siempre, se sometieron al control y sabían cuáles eran las reglas del juego. Ahí está el sonado caso de Ben Johnson. Los socialistas, en cambio, juraban y volvían a jurar, que sus principios les impedían consumir sustancias prohibidas.

Si el Luis Mariano Delís, medallista bronceado en Moscú 80, fue hallado culpable por ingerir algún esteroide, Sotomayor pudo haber cometido un error. Digo pudo, para dejar claro el beneficio de la duda. Cierto subcampeón mundial juvenil, me comentó en una ocasión que meses antes de las competencias internacionales, algunos integrantes del atletismo cubano acudían al doping, y poco antes del comienzo de los eventos lo evitaban.

Esto era posible porque en la década del 80 los controles eran más benignos y la lista de sustancias prohibidas menos extensa.

Hoy, el panorama es otro. Todos los medallistas son controlados y el Comité Olímpico Internacional ha tomado con toda la seriedad posible este tema. No es fácil engañar a la tecnología, aunque laboratorios habrá que, en este mismo momento, estén ideando alguna nueva manera de burlar las reglas.


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ENCUENTRO EN LA RED - Año II. Edición 59
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