Lunes, 02 diciembre 2002 Año III. Edición 506 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Llave en campo azul

Hace 337 años, Mariana de Austria abría los castillos del escudo de armas de La Habana.
por DIMAS CASTELLANOS, La Habana  
Escudo

La naturaleza y la creación humana dotaron al hombre de un inmenso arsenal de símbolos diferenciadores. El águila, el león, el caballo y el jabalí, el unicornio y el dragón; la flor de lis, el olivo y el laurel; el sol, la luna y las estrellas; el arco, la flecha, las espadas, los castillos y las fortalezas son fragmentos universalmente conocidos de lo que con el devenir del tiempo se convertiría en la heráldica, una disciplina encargada de la historia y la descripción de los escudos de armas. Creados para distinguir a los caballeros durante los torneos y batallas medievales, éstos devinieron emblema de los ejércitos, las agrupaciones eclesiales, artesanales, comerciales y familiares, las corporaciones y las ciudades hasta representar a los Estados y naciones.

La Habana, a diferencia de otras ciudades fundadas en las colonias españolas —que nacieron provistas de títulos y símbolos de identidad—, integró el grupo de urbes que debieron obtener, con su esfuerzo propio, un honor tan apetecido como el de poseer escudo de armas. Fundada primero en el Sur en 1515, y después en Puerto Carenas en 1519, donde encallara una de las naves que en 1509 había realizado el bojeo a Cuba, la villa habanera fue proclamada capital de la Isla en 1533 y convertida en ciudad en 1592, momento en que debió de ser reconocido su escudo de armas, como era costumbre.

Convertida por su ubicación geoestratégica en la principal estación naval española del Nuevo Mundo y puerto de atraque de la flota de las Indias, La Habana fue dotada de numerosas fortalezas y murallas. Las fortificaciones habaneras, resultado del paquete de medidas tomadas por Felipe II en la segunda mitad del siglo XVI para defender sus colonias de los constantes ataques de corsarios y piratas, convirtieron a la ciudad en el puerto dotado del más completo sistema de defensa y en el mejor resguardado en las rutas marítimas españolas. Sin embargo, el reconocimiento de su escudo —representación de una realidad geográfica, política y económica— tuvo que esperar por la corona hasta bien avanzado el siglo XVII.

Con sobrados méritos, el ayuntamiento habanero —fecha 22 de mayo de 1665— se dirigió a Mariana de Austria, viuda de Felipe IV y reina de España, regente en aquel entonces, para solicitarle que se le concediera a la ciudad el derecho de usar su escudo de armas, compuesto por tres castillos y una llave en campo azul. La reina, complacida de tal requerimiento, respondió con la Real Célula de 30 de noviembre de 1665, que no fue más —según Emeterio Santovenia en su libro referencial Un día como hoy— que el reconocimiento del honor que debió de recibir La Habana en el momento de su conversión de villa a ciudad.

El escudo primitivo, formado por los tres castillos y una llave en campo azul, es una exacta alegoría de las primeras fortificaciones habaneras y de su puerto. El Castillo de la Fuerza, construido entre 1558 y 1578, convertido por su seguridad en residencia de los capitanes generales; La Punta, edificada entre 1590 y 1600, y el Castillo de los Tres Reyes del Morro, erigido entre 1590 y 1630, fueron las tres primeras grandes edificaciones militares que simbólicamente fueron recogidas en el escudo de armas de La Habana. Sistema defensivo que se complementó posteriormente con los torreones de la Chorrera, Cojimar y San Lázaro, y los castillos de Atarés, el Príncipe y San Carlos de la Cabaña.

La importancia excepcional de La Habana, que ya había logrado relegar a la caribeña Santiago de Cuba a un orden inferior por su excelente posición en el seno del Golfo de México y las condiciones superiores de su puerto, habían determinado la preferencia de la cual comenzó a ser objeto tan pronto como se incrementó el tráfico marítimo entre la península y el Nuevo Mundo. Realidad histórica y geográfica que quedó grabada en su escudo.

Desde 1665, momento en que fue decretada la Real Célula que otorgó el derecho a la ciudad para usar oficialmente su escudo de armas, la capital cubana, además de llave del Nuevo Mundo y antemural de las Antillas, resultó uno de los centros culturales de mayor relevancia en Hispanoamérica. Esa realidad, si bien no aparece reflejada gráficamente en su símbolo heráldico, está presente en la mente de sus pobladores, en sus obras y en su memoria: una historia y una cultura que desbordan con creces el contenido de la heráldica.


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