Lunes, 04 noviembre 2002 Año III. Edición 486 IMAGENES PORTADA
Sociedad
(S)elecciones libres

por RAúL RIVERO, La Habana  

El totalitarismo es también el verdugo del asombro. La muerte de la sorpresa. El cementerio de la emoción.

Desde allá arriba se estudia y se diseña todo. Se escribe el guión, se le asigna el papel a cada actor y, desde luego, se ordena un ensayo general.

Se hizo una simulación de las elecciones. Estuvieron hasta los niños que custodian las urnas, y los diligentes funcionarios con las carpetas y su papelería llegaban y se iban en sus autos.

Después a votar. Los candidatos no han gastado un solo centavo en su afán por recibir el apoyo de los electores. Son ellos mismos, es decir, la gente que trabaja y aporta, quienes sufragan las fotos de esos tipos de traje y bigote y de esas señoras con collares de fantasía que nos miran desde las vidrieras de las tiendas de divisas.

Allí están, sobre sus biografías políticas, con la mirada fija en la cámara que, como se sabe, es un pedestal del infinito.

Pues sí: ellos, los previamente elegidos por otros seleccionados, son los que serán elegidos por el voto popular con una unanimidad rotunda, casi del cien por ciento. Así ha sucedido siempre y eso mismo indica el libreto este año.

Después, las estadísticas arrolladoras y las vastas resonancias. El mundo entero que nos mira, él sí, asombrado. El Universo que nos admira y se contempla desolado en este espejo.

Ya ven. Ni una sola protesta. Ningún herido. Nada más que un compañero con la presión alta, pero enseguida lo vio un médico de guardia.

Vean. Nada de esas prolongadas polémicas televisivas donde aparecen de pronto todos los problemas que padece la ciudadanía y se hace pública la torpeza, la negligencia y la incapacidad de los políticos y sus métodos.

Qué va. Aquí nadie va a venir a dividir esas fuerzas. Todos tras la cortinita, frente a la boleta, con cara de satisfacción y, además, de hombre libre. Resueltos y satisfechos porque ya sabemos quién va a salir electo desde hace muchos días.

La sorpresa y los asombros son elementos propios del cine y la naturaleza. La emoción puede dañar nuestros índices de salud.

Lo mejor es hacer bien nuestra mínima entrada en escena. Cumplir con exactitud lo que se ha escrito para que mueran de envidia los terrícolas.


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