Martes, 03 septiembre 2002 Año III. Edición 442 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Exceso de equipaje

Langostas, camarones, carne de res y quesos blancos circulan rumbo a la capital. Sus dueños los miran, pero no los tocan.
por RAúL RIVERO, La Habana  
La Habana

Lo sabemos, es un gesto suicida viajar en Cuba si uno lleva en el maletín algunas de estas materias del horror conciso: langostas, camarones, carne de res o un ejemplar del texto de los derechos humanos aprobados por la ONU en 1948.

Lo que hace Adelina es darle autonomía a los mariscos y liberar la pieza de carne de segunda, ponerla en el ómnibus a rodar sola hasta La Habana.

Los camarones que ella consigue con los pescadores de Caibarién o Sagua se independizan y vienen a la capital, nocturnos y casi helados, envueltos en nylon con hielo en el interior de una jaba sin inscripciones.

La carne —pura dinamita— que le venden barato los escurridizos matarifes rurales, circula aparte, dentro de una cartera vieja o en el doble fondo de una lata que trae arriba una o dos libras de inofensiva leche en polvo.

A veces, cuando la necesidad obliga, Adelina se pone una faja de inminentes bisteces y asume el riesgo de que la registren o se pudra la mercancía ya casi en La Habana, después de seis o siete horas con el sol de polizón en el techo de la guagua.

Por eso es más seguro abandonar la carga en un lugar del carro que se pueda observar desde el asiento. Dejarle caer miradas ansiosas que parezcan indiferentes y mirar mucho el reloj, porque eso ayuda a que camine el tiempo.

Cada uno en su sitio, juntos pero no revueltos. Lo manjares que los comensales (receptadores, según la policía) esperan en la ciudad, bajo control visual, pero bajo un abandono temporal que provoca desasosiegos y taquicardias.

Este jueves la patrulla paró el ómnibus a la altura de Jagüey Grande, en plena Ocho Vías, entre dos luces.

Subieron dos y uno dijo: "a ver todo el mundo abajo con su equipaje".

Comenzó el desfile hacia el asfalto caliente y pegajoso, frente a una pequeña asamblea de vacas que siguió atenta a la hierba.

Adelina se puso de pie y miró por última vez su lata con carne de res y su paquete de camarones. Se aferró al maletín verde forrado con polietileno.

Cuando bajaron todos los pasajeros, quedaban en la parrilla de la guagua los paquetes de Adelina y cinco cajas de cartón, tres jabas de guano y unos bultos cubiertos con sacos de harina.

"Y esto que está acá arriba no es de nadie, ¿verdad?", gritó el policía desde la puerta del vehículo.

Los viajeros no respondieron. Lentamente, otros dos hombres uniformados fueron trasladando los paquetes que viajaban sin dueño para el borde de la carretera, junto al carro patrullero.

"Salvé cuatro quesos blancos y unas tilapias porque no me miraron el maletín", comenta Adelina. "Perdí el viaje, la mercancía y el tiempo".

"Yo siempre me asusto", dice. "Oye, son 67 años los que tengo. Ojalá Dios me ayude la semana que viene".


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