Martes, 03 septiembre 2002 Año III. Edición 442 IMAGENES PORTADA
Sociedad
A última hora

por RAúL RIVERO, La Habana  

El día que cumplió 64 años Roger durmió la mañana. Hoy cojo un brake, pensó todavía en el follaje de un sueño, dio una vuelta para quitarse un hilo de sol que le daba en los ojos y siguió enganchado en una historia en la que manejaba una máquina sin timón.

Desde 1998, en su casa de Luyanó, Roger y su familia venden tamales y croquetas. Él, que estudió ingeniería, sale temprano a buscar el maíz. Noemí, que es economista, prepara los fogones y hace la sazón.

Robertón, el hijo, jura que será un gran escritor, pero, por el momento, envuelve los tamales, separa las croquetas y sale a vender el producto que, sobre el mediodía, nadie ha venido a comprar.

La nuera de Roger es enfermera, por lo tanto cuida a su hijo de dos años y tiene una mesa de manicura.

Antes, el ingeniero tenía un jeep y se iba temprano para la empresa. De paso, dejaba a Noemí en la fábrica de galletas y a la muchacha en la escuela de enfermería.

Robertón se iba solo a las clases de idiomas y a la biblioteca.

Me obstiné, recuerda Roger al atardecer y con la complicidad de la segunda botella de ron.

Me obstiné porque no veía progreso por ninguna parte. Me empecé a poner viejo antes de tiempo, sentía que no estaba viviendo, era como un animalito servicial y me puse a preparar los papeles para irme con todo el mundo.

Allá arriba, por Orlando, están mis viejos y mis dos hermanos. Así que me metí en el asunto de la reunificación familiar.

No sé qué documento se traspapeló y en cuanto lo supieron en la empresa di el primer bounce en la calle. Después salió Noemí y a la esposa de Robertón nunca la llegaron a ubicar.

Nos atrincheramos aquí y para sobrevivir montamos esta empresa privada. Se trabaja mucho y desde muy temprano, pero vamos viviendo. Hay días en que nos ganamos 50 pesos.

La burocracia americana es tan espesa como la cubana. Pasa el tiempo y espera y espera. A veces me quedo solo y digo, me iré a morir vendiendo croquetas, sin carro, en una casa de medio palo.

Otras veces pienso que aunque sea este el camino de la muerte lo estoy haciendo sin amo. Nadie me manda ni me agita. Nosotros mismos organizamos el trabajo y nos ponemos los horarios.

Además, no tengo que fingir cosas que no siento. Canta la jugada. Todo el mundo sabe que lo mío es pacífico y tranquilo. Irme a Orlando con mi familia grande, sin problemas ni barretine.

Hoy que es mi cumpleaños, dije no la cojo. Me tomo mis rones y celebro. Aunque a esta hora no sé qué coño celebramos aquí.


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