Lunes, 14 enero 2002 Año III. Edición 279 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Lecciones de una despedida

El caso de la base de Lourdes demuestra cuán determinante es el debate abierto cuando está en juego la seguridad nacional.
por LEONARDO CALVO CáRDENAS  

El anuncio tomó por sorpresa a todos: el Gobierno ruso comunicó oficialmente el inminente cierre de su base de espionaje radioelectrónico de Lourdes, en La Habana.

Tan sorprendidos resultaron los pocos cubanos que conocían la existencia de la instalación —de enorme importancia estratégica y trascendencia política— como el resto, hasta ese momento ignorante de que la Base Naval Norteamericana de Guantánamo no era el único enclave militar extranjero en territorio nacional.

La determinación del Gobierno ruso responde a los reacomodos y adecuaciones del orden mundial y al tipo de relaciones internacionales que se verifican en la actualidad. Con ella se desmonta lo que quizá sea el último símbolo de lo Guerra Fría en el hemisferio occidental.

La gran masa de cubanos hasta ahora desconocedora, tomó alguna percepción de la existencia de la base rusa y las circunstancias que rodean el asunto de su desmantelamiento a través de la reacción del Gobierno cubano, que en sendos editoriales de Granma demostró su rechazo y oposición a la retirada de la instalación, capaz de rastrear profundamente el trasiego radioelectrónico y de comunicaciones del continente.

De este manera la nación conoció que la Guerra Fría no sólo subsistía en el discurso y el lenguaje de las autoridades, o en las leyes con que la clase política norteamericana y el "exilio duro" pretenden condicionar el futuro de Cuba, sino también en algo como esto, en extremo complejo y peligroso.

Por la repercusión y trascendencia que tienen para los valores de soberanía y seguridad nacional las bases militares extranjeras en cualquier país, pueden ser consentidas o cuestionadas, pero nunca secretas; su sola existencia provoca al interior de las "naciones anfitrionas" enconados debates sociales y confrontaciones políticas, lo que hace inexplicable el desconocimiento y la desinformación a que fue sometida la población cubana durante varios lustros en lo que concierne al tema.

Al menos llama a reflexión que un Estado, por años paladín del no alineamiento, haya convertido a Cuba en pieza subsidiaria de grandes contradicciones geopolíticas, con el consiguiente peligro para la integridad nacional en caso de confrontación bélica entre superpotencias.

Es, por demás, sumamente contradictorio que en una nación extremadamente sensible a la presencia militar extranjera —sobre todo por razones históricas—, semejante compromiso no haya sido objeto de debate social y determinación legislativa.

Hay mucha diferencia entre ser un pequeño pero digno país, celoso de su soberanía, enfrentado a la amenaza de un vecino hegemónico y poderoso, y servir de línea de frente a la confrontación entre grandes potencias con las cuales ya no hay vínculo político o ideológico alguno.


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