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Semblanzas
La Única

Entre los grandes mitos de la música cubana, el de Rita Montaner destaca por su capacidad de ser, a un tiempo, comprensible y misterioso.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA, Madrid Parte 2 / 2

Y es precisamente Rita Montaner uno de los símbolos decisivos de un momento definitorio que incluye a ese conjunto de compositores (Ankermann, Simons, Lecuona, Roig, Prats y los dos Grenet, por mencionar a los más conocidos) que durante las primeras tres o cuatro décadas del XX genera un repertorio que generaciones posteriores asumirán como símbolo: Quiéreme mucho, El manisero, Ay mamá Inés, Siboney y un largo etcétera en el que confluyen España y África, el campo y la ciudad, lo popular y la elite, oriente y occidente. Una proporción importante de ese fenómeno fue conocido a través de la voz de Rita Montaner. Quizás uno de los momentos en que la simetría poética de la cubanía alcanza su "definición mejor" fue cuando ella estrenó Ay mamá Inés (Eliseo Grenet), en 1927.

Hija de madre mulata y padre blanco, Rita no sólo tuvo como herencia la influencia musical de su entorno, sino que a ella sumó el estudio sistemático y disciplinado del piano, instrumento en el que se graduó en 1917. Sin embargo, desde muy pequeña sintió una gran atracción por el canto y gustaba de simultanear obras del repertorio lírico europeo y cubano con otras de raigambre popular. Según Díaz Ayala, sus primeras actuaciones las realiza en funciones benéficas, "como le correspondía a una dama bien", quien en 1918 había contraído matrimonio con un médico respetable. Fue una de las pioneras de la radio, ya que en el mismo año de su inauguración cubana (1922) participó en un concierto organizado por Eduardo Sánchez de Fuentes. En 1926 realizó una gira por varios Estados norteamericanos con los Follies Schubert, y en esa misma década asumió un papel en la zarzuela Niña Rita, nada menos que interpretando Ay mamá Inés. Si los 20 fue la década de su presentación artística, durante los 30 se produjo su consagración profesional. Protagoniza María la O, viajó a los Estados Unidos, donde se convirtió en segunda figura de un espectáculo protagonizado por Al Jolson, quien se encontraba en el apogeo de su fama. A partir de entonces, su vida profesional devino en vertiginosa y sus actuaciones incluían Cuba, Estados Unidos, México, Suramérica y Europa.

Su repertorio no podía ser más variopinto: ópera y rumba, teatro musical y canción lírica, sketch cómicos (deviene también en actriz) y comedia... Su figura apareció en todos los medios: teatro, cine, radio, televisión...

Por supuesto, su matrimonio fracasa debido a su dedicación profesional, pues durante la primera mitad del siglo XX era difícil encontrar en Cuba a un hombre dispuesto a asumir que su compañera fuera una diva. Y Rita fue precisamente eso: una diva, con todas las connotaciones positivas y negativas de la palabra. Era, también, caprichosa e impositiva, e incorporaba su teatralidad a la propia vida. Sin embargo, a pesar de sus éxitos, nunca olvidó lo que era ni pretendió ser lo que no fue. En cierta ocasión, montó un rumbón callejero con gente de pueblo para con su prestigio respaldar una manifestación cultural prohibida y hasta cierto punto perseguida. Protagonizó también un programa de radio donde interpretaba sketches con temas políticos que le hicieron sufrir la censura.

Compleja y contradictoria, como casi todas las personalidades fuertes, fue consecuente en su muerte con lo que había sido su vida. En 1957 estaba interpretando Fiebre de primavera, cuando en el primer acto se quedó sin voz. En el camerino, hizo enjuagues con agua con sal y terminó lo que sería su última actuación. Un cáncer había aparecido en la parte más importante de su anatomía: la garganta.

La enfermedad avanzó rápidamente y ni siquiera pudo asistir a un homenaje televisivo que se le dedicó y que fue una verdadera despedida.

Fiel a su condición, pocos días antes de su muerte pidió: "Que me entierren por la tarde, porque los entierros de mañana quedan muy deslucidos". Fue complacida poco después, ya que falleció el 17 de abril de 1958. A pesar de que el país vivía una guerra, obtuvo el entierro más multitudinario, después del de Chivás, según comenta Cristóbal Díaz Ayala.

Ahora, cuando se están remasterizando muchas de sus grabaciones, vale la pena escucharla atentamente, dos, tres veces, tanto en su veta lírica como en la humorística. Porque a través de las defectuosas grabaciones antiguas, a pesar de los desperfectos técnicos y del tiempo, aparecerá el misterio de su mito, que no sólo radicaba en su voz sino, sobre todo, en la capacidad para interpretar, para dotar con su personalidad y sus intenciones, todo cuanto cantaba.

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