| Mondongo, Sandunga, Gandinga y Frank Emilio |
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| Tras escuchar al pianista, Winston Marsalis concluyó que Dios debía existir. |
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| por ARSENIO RODRíGUEZ |
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En pleno fin del verano y coincidiendo con el natalicio de Benny Moré, murió en la Habana, este 24 de agosto, el pianista y compositor Frank Emilio Flynn. Había nacido hace 80 años, un 13 de abril, también en la capital. Junto a Rubén González, Chucho Valdés, Bebo Valdés, Lilí Martínez o Emiliano Salvador, formaba parte de la pléyade de pianistas cubanos más notables de jazz latino, de los que más han influenciado este género desde mediados de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX.
Hijo de padre norteamericano y madre cubana, quizá ello condicionó sus genes enmarcándole la obra pianística entre el jazz y la música criolla. Quedó ciego a la edad de 13 años; sus comienzos fueron autodidactas. Luego completó sus estudios con figuras de la talla del maestro César Pérez Sentenat, quien le enseño en sistema Braille los principios básicos de la teoría y el solfeo. En los años 40 su amistad con Armando Romeu, director en ese entonces de la orquesta del famoso cabaret Tropicana, le llevó a realizar uno de sus ansiados sueños: interpretar obras del repertorio clásico. Para ello, Romeu le transcribió al braille obras de Mozart, Bach, Beethoven, Ravel, Lecuona y Cervantes, que Frank Emilio ejecutó acompañado de la Orquesta Sinfónica de La Habana.
Vinculado con el movimiento del filin, Frank Emilio fue inseparable compañero de aventuras de César Portillo de la Luz, Omara Portuondo y José Antonio Méndez, como integrante del grupo Loquibambia, a finales de la década del cuarenta. Desde el piano aportó elementos armónicos y estilísticos que influirían en el posterior desarrollo del género. No olvidar que nuestro filin es antecesor del bossa nova brasileño en la fusión del jazz y la canción popular; este grupo en especial, donde Frank ejerce una influencia sonora definitiva, es probablemente uno de los primeros en dar con estas nuevas sonoridades.
Su experiencia con el jazz comenzó cuando la emisora Radio Kramer, a mediados de los años cuarenta, le brindó la posibilidad de figurar como solista en un programa dedicado a ese género. Luego, con Leonardo Acosta en el saxo alto, Papito Fernández en el bajo y Walfredo de los Reyes en la batería, irrumpe en La Habana 1900, sede del entonces Club Cubano de Jazz.
Es lógico que fuera impulsor de las llamadas "descargas cubanas en la década del 50", con el Quinteto de Música Moderna, en el que participaron figuras de la talla de Tata Güines, Israel López (Cachao) y Guillermo Barreto. Allí desarrolló su gran pasión por Gershwin. Él declaró en una entrevista recientemente: "Una de las grandes satisfacciones de mi vida fue haber podido visitar la ciudad de Charleston, Estados Unidos. Cuando llegué allí comencé a hablar con personas muy cultas y saqué todo el historial de Gershwin, así como de su inmortal Porgy and Bess, pues fue en una comunidad de Charleston donde nació esa obra monumental de la música".
Tras escucharlo en 1998, durante una visita a Cuba, el trompetista norteamericano Winston Marsalis declaró: "Dios debe existir cuando este hombre toca, pues esas notas sólo él puede lograrlas". Fruto de aquella relación surgieron las míticas presentaciones de Frank Emilio y su quinteto Los Amigos en el Lincoln Center de New York, en 1999 y en el 2000.
Frank Emilio se fue, pero antes nos dejó Mondongo, Sandunga y Gandinga, que junto a Scheherezada Cha-Cha-Chá se ha convertido en un clásicos del jazz, en su vertiente latina y mundial, sólo comparable a Manteca, de Chano Pozo, o Tanga, de Mario Bauzá.
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