| El secuestro de los Bush |
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| El discurso del presidente norteamericano a propósito del centenario de la República de Cuba: ¿Más de lo mismo? |
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| por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami |
Parte 2 / 2 |
Ese mismo día un cable de la Agence France Press recogía la opinión de la organización humanitaria Human Rights Watch, que afirmó que si el objetivo de Washington es mejorar las condiciones de los derechos humanos en Cuba, debería poner fin al embargo. "El embargo ha probado ser inefectivo, e incluso contraproducente para la causa de los derechos humanos", según el director ejecutivo de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco.
Por su parte, en Cuba Elizardo Sánchez Santacruz consideró positivo en el discurso las alusiones a los derechos humanos, pero catalogó de "la misma retórica de la guerra fría que ha caracterizado a Washington y La Habana en más de cuatro décadas" lo referido a las relaciones bilaterales. A su vez, Vladimiro Roca señaló que el presidente estadounidense dijo "algunas cosas positivas sobre la necesidad de democratización en Cuba", pero también opinó que el Gobierno de EEUU "sigue anclado a posiciones obsoletas".
Bush, situado a la defensiva tras el viaje del ex presidente Jimmy Carter a la Isla, pronunció dos discursos que no modifican el status quo de la política norteamericana hacia La Habana. Ni la más ligera alusión a una puesta en práctica en el futuro inmediato del controversial título III de la ley Helms-Burton. Tampoco dio consuelo a los que hace apenas unas semanas vieron renacer sus esperanzas de invasión con las acusaciones de que la Plaza de la Revolución podría estar envuelta en el bioterrorismo. La promesa de vetar cualquier debilitamiento del embargo es apenas un vaso de tilo para calmar los nervios de los "duros". Por lo demás, tiró una pelota al lado contrario con la certeza de estar lanzando al vacío: el pedido de elecciones libres para la Asamblea Nacional el año próximo. Tú no cambias, yo no cambio: es la forma más socorrida para intentar mantener alejada la amenaza de un éxodo masivo en el último año electoral del gobernador del Estado.
Dentro del sector más conservador del exilio cubano, el embargo ha dejado de ser una herramienta para el derrocamiento del régimen o un acto de justicia: es un argumento emocional. Se aferra a él como cualquier individuo se escuda en un prejuicio: para justificar sus odios, frustraciones y límites. Desde ese punto de vista debe ser comprendido. No por ello deja de resultar patético. Es la explicación de que las palabras certeras de Carter resultaran tan provocativas: el embargo no es la causa de los males que padece el pueblo de Cuba, pero no por ello se justifica su existencia. También lo que une a la bipolaridad en la conducta hacia el comercio con la Isla de Washington y el exilio.
La misma actitud esquizofrénica que lleva a EE UU a comerciar con China y negarse a hacerlo con Cuba es la que hace que miles envíen remesas y visiten a sus familiares y luego vociferen contra el derecho de los norteamericanos a visitar la Isla y gastarse la plata en ella. Ahora Bush le ha añadido una nueva justificación emocional al empecinamiento: "No permitiré que el dinero de nuestros contribuyentes vaya a enriquecer el régimen de Castro". El populismo y la demagogia confinados a una frase tras el buchito de café en la esquina que no se tomó. Porque desde hace años y por los medios más diversos, el dinero de los contribuyentes norteamericanos enriquece a Castro, y poco ha hecho Bush para impedir que ello siga ocurriendo.
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