Miércoles, 22 mayo 2002 Año III. Edición 371 IMAGENES PORTADA
Internacional
Le Pen y Chávez

El ascenso del líder ultraderechista francés pone al descubierto la hipocresía de la izquierda europea, escandalizada en su propia casa con lo que avala en las ex colonias de ultramar.
por ANTONIO SáNCHEZ GARCíA, Caracas  
Le Pen
Líder ultraderechista francés Le Pen (Cartel)

Sólo la coherencia intelectual francesa, tan cartesiana, impide que Le Pen haya recurrido a Napoleón Bonaparte como prócer inspirador de las nuevas batallas del trasnochado conservadurismo galo. Y que sus desarrapados adherentes, consumidos por el rencor de la marginalidad social a que los empuja la globalización, constituyan "círculos napoleónicos". Los otros ingredientes siguen siendo los mismos: un rencor acrecentado hasta el odio contra el establecimiento político liberal, un rechazo absoluto y total a la democracia representativa, un deseo irreprimible por hacer tabula rasa y recomenzar de cero, en la mejor tradición de los orígenes. Y, no podía ser menos, un caudillo de verbo inflamable completa y absolutamente inescrupuloso a la hora de demoler las tradiciones políticas y los prestigios de los viejos aparatos. Es el neofascismo: la emergencia multitudinaria de masas frustradas, acosadas y renuentes a aceptar las reglas del juego, dispuestas a entregarse en cuerpo y alma a la brutalidad del desvarío.

Sólo la babosería intelectual europea, y muy especialmente la francesa, puede distinguir entre la demagogia personalista del neofascismo de Le Pen y Berlusconi y el caudillismo personalista dictatorial y autoritario de los Chávez y los Castro. La sola idea de ver rasgadas las libertades públicas en las grandes avenidas francesas o londinenses provoca el horror: el recuerdo de la barbarie hitleriana está demasiado presente. Pero en ultramar —los viejos reinos coloniales perdidos hace apenas uno o dos siglos— nada más fascinante y admirable que un caudillo bestial, autoritario, sangriento y demagógico, llámese Fidel Castro o Hugo Chávez. Poco importa a los Ramonet y sus jóvenes discípulos que Le Pen sea un dechado de democratismo en comparación con nuestros esperpentos bolivarianos. A éstos, ni con el pétalo de una rosa: representan la utopía ya extinguida en el agostado viejo continente, el edénico amanecer del futuro real maravilloso, así sus frutos estén a la vista en la decrépita y repugnante figura de un dictadorzuelo que lleva 43 años oprimiendo a su pueblo o la de su criminal aprendiz, el cobarde presidente de una república que ante el pacífico asedio de sus opositores opta por apretar el gatillo de la represión militar más salvaje.

Chávez
Líder de la 'revolución bolivariana' Chávez
(Cartel)

Ni Ramonet, ni Aznárez, ni ninguno de los escandalizados periodistas europeos que cubren nuestras realidades desde Paris o Madrid pueden o quieren comprender que la ideología no es más que el frágil envoltorio de pulsiones muy profundas, la mascarada de ambiciones que están muy lejos de mantener la más mínima coherencia con los predicados "filosóficos" a cuya servicio pretenden presentarse. Detrás de Le Pen está Castro, como detrás de Castro está Chávez, como detrás de Chávez, Le Pen. La serpiente del totalitarismo es abyecta en sí misma: sea su excusa el reclamo contra la inmigración indeseada que viene a disputar el plato de lentejas al que se cree un escogido de su raza, o el deseo de poner fin a la marginalidad del desposeído. La miseria que tanto abisma a los caudillos no es más que el pretexto para saciar su ambición totalitaria, la misma que se escuda detrás de la xenofobia que nutre y alimenta a Le Pen.

Bienvenido Le Pen, así lo maldigamos por las amenazas de su infamia: muestra la hipocresía de un izquierdismo que convalida las iniquidades entre nosotros, pero se desmaya ante sus ecos domésticos. Que el miedo les sirva de lección. Como nos está sirviendo a nosotros.


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