Miércoles, 22 mayo 2002 Año III. Edición 371 IMAGENES PORTADA
Internacional
Tras el rastro 'bolivariano'

Las revoluciones desbocadas justifican las contrarrevoluciones. ¿Se cumplió ya esta máxima en Venezuela o está por cumplirse?
por MANUEL CUESTA MORúA, La Habana  
Rangel y Chávez
Vice Presidente venezolano Rangel,
Presidente Chávez

Los acontecimientos del 11 de abril en Venezuela demandan ya un sostenido análisis político. Y para la nación cubana, cualquiera que sea el bando en que se sitúen sus componentes, el golpe palaciego en Miraflores no es un asunto más en la cronología de terremotos sociales que se suceden por doquier.

En su fase actual, el conflicto palestino-israelí, por ejemplo, toca primero a la nación en su sensibilidad humana y, sólo después, en su significación política. Pese a la globalización. Lo de Caracas es simultáneo: en términos políticos y en términos humanos, lo que allí sucedió implica a Cuba.

Ello quiere decir que la Isla padecerá insomnio hasta tanto no se explique los más importantes significados de tan cercanos sucesos. Algunos no dormirán hasta saber si el ejemplo de la Revolución Cubana caló profundo y si seguirá afluyendo petróleo para que no se detenga el "motor" de todas las revoluciones latinoamericanas. Para otros, aquellos que miran al futuro, es más necesario saber si puede existir en América Latina, por primera vez, una verdadera revolución democrática.

Por eso cabría preguntarse qué pasó con la Revolución Bolivariana, según el apelativo usado por sus autores.

La primera lección es que resultó imposible la pretensión revolucionaria del "fin de la historia", tal y como lo fue la pretensión literaria de Francis Fukuyama de que la democracia liberal pusiera "fin a la historia" desde la acera de enfrente. Después de las revoluciones también prosigue la historia. Y las sociedades se encargan de hacerla al estilo de las contrarrevoluciones, de chapuceros golpes palaciegos o de la carcoma social.

La falta de autocorrección y autocrítica llevó a que los "revolucionarios bolivarianos" perdieran el rumbo. Un rumbo que es más fácil de extraviar cuando se llega súbitamente al poder que cuando se construye, piso por piso y sudorosamente, el edificio político.

La segunda lección tiene que ver con los aderezos históricos en el menú de la política. Sazonar una revolución con el pasado no la hace digerible. Por muy venerables que sean los padres fundadores de cualquier saga histórica, y de seguro que lo son, es sumamente peligroso pretender mostrar la posible perfección de un proyecto político instalado en el presente con la supuesta perfección de nuestras invocaciones pasadas. Ello convierte en delito político la crítica del pasado y en delito histórico la crítica del presente: algo intolerable para la tolerancia.

Si los católicos se confiesan para concitar el perdón del Dios-Padre, los revolucionarios no deberían legitimar sus actos diarios frente a la biografía retocada de sus inspiradores ancestrales. En el primer caso se está solicitando, desde la propia conciencia, una disculpa espiritual por actos cometidos. En el segundo se está pidiendo, en nombre de la conciencia ajena, una licencia histórica para actos por cometer. Esto suelen castigarlo las sociedades cuando se sienten molestas.

La tercera lección está relacionada con la importancia de los límites en las cuestiones humanas. La virtud y superioridad de la "Revolución Bolivariana" con respecto a la cubana radica en su rápida institucionalización constitucional. De 1959 a 1976 la última pudo hacer, "legítimamente", lo que le vino en ganas: la revolución era en sí misma fuente de derecho. Pero la de Venezuela se dio a sí misma pronta legitimidad exterior a partir de una Constitución. Independientemente de sus defectos, toda Constitución —a menos que estemos hablando de fueros estamentales— impone límites.

En este sentido, las condiciones a responder por los bolivarianos eran dos: o la dinámica de su revolución podía desbordar una Constitución hecha para toda la sociedad, incluidos ellos mismos, o la Constitución ponía límites a la actuación revolucionaria.

La primera condicional explica el 11 de abril. Las revoluciones desbordadas legitiman, técnicamente, las contrarrevoluciones. Al convertir los procesos políticos en mero juego de fuerzas, sin más reglas que la sorpresa y habilidad guerrilleras, abren la oportunidad de que los adversarios jueguen a la misma sorpresa y habilidad una vez sientan el ímpetu necesario para contraatacar. ¿Qué reglas los limitan?

La segunda condicional explica el 14 de abril. Hugo Chávez, quien fue preso como revolucionario, es liberado como estadista. Y entonces su primera palabra es para la Constitución y el diálogo. La revolución se corrige en la figura de su hacedor y se salva por su propia virtud: la legitimidad constitucional con que se arropó.


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