| La última oportunidad |
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| El presente de Argentina pasa hoy por la credibilidad de su clase política y el futuro de su moneda, ahora mismo, sus dos entidades más devaluadas. |
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| por ALEJANDRO ARMENGOL |
Parte 1 / 2 |
El dueño de un famoso restaurante argentino dice que no atenderá más a los políticos. En la puerta colocó una bandera con un pendón negro. Le hizo saber su negativa a la prensa. Además de tener dinero para pagar la cuenta, en La Marchingiana mendocina hay otra condición indispensable para el que quiera comer: no ejercer un cargo público. De lo contrario, le está vedado el lugar frecuentado por Brad Pitt durante el rodaje de Siete años en el Tibet. No es bienvenido. Un rechazo justo.
Con menor éxito, en Buenos Aires se ha tratado de hacer lo mismo con La Casa Rosada. Los ciudadanos se han lanzado a la calle. A golpes de cacerolazos, manifestaciones y muertos han logrado que el país tenga cinco presidentes en dos semanas. Pero no han podido librarse de los políticos.
La repulsa pública ha provocado desorientación y alarma en todos los partidos.
Por momentos las imágenes han hecho pensar en que la izquierda renacerá de sus ruinas y Fidel Castro culminará sus días reverdecido, la visión de las banderas revolucionarias desplegadas en la Plaza de Mayo, sus seguidores pisando las calles nuevamente. También el renacimiento de la represión, el temor de que la situación pudiera estar incubando un respaldo a las soluciones autoritarias; la pesadilla de una vuelta a un régimen militar.
La llegada de Eduardo Duhalde al poder es la última oportunidad para alejar al país del caos. La tabla de salvación de los partidos y políticos tradicionales. Decepciona que, al mismo tiempo, es la única salida que le queda a la democracia en Argentina.
Como un buen político, Duhalde ya ha encontrado un culpable de la crisis: el "modelo perverso" neoliberal. Ahora sus discursos se caracterizarán por una fuerte crítica al libre mercado. Su gobierno buscará distanciarse de la hegemonía norteamericana. Para ese objetivo echará mano a la política exterior. Un mayor acercamiento con Brasil y más apelaciones al regionalismo. En la práctica, tanto Argentina como Estados Unidos son presa de una simbiosis que es difícil romper.
La devaluación del peso es indispensable, y en la medida que esta decisión se aplique protegiendo los intereses de la población endeudada, surgirán los conflictos con los grandes bancos y el Fondo Monetario Internacional. Europa —y especialmente España que tiene grandes inversiones en el país— buscará una solución realista. La Península Ibérica tratará de mantener a toda costa su presencia en la región. En cualquier caso, no deja de resultar una situación ventajosa para Castro, sobre todo bajo la perspectiva de un posible triunfo de Inazio "Lula" da Silva en Brasil.
Por lo pronto, las entidades bancarias internacionales saben que lo que está en juego no es evitar las pérdidas sino limitarlas. Una devaluación ayudará a Argentina a salir de la crisis, estimulando las exportaciones y beneficiando la sustitución de importaciones, pero no es una solución a largo plazo. Soñar que aunque sea remotamente el país pueda acercarse a la bonanza de que disfrutaba alrededor de 1890 —cuando la nación ostentaba la primacía mundial en la exportación de materias primas— no es una buena estrategia. La industria y los bancos públicos saldrán mejor parados que el sector financiero privado, pero es seguro que a éste lo apoyaran el FMI y las instituciones internacionales.
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