Lunes, 14 enero 2002 Año III. Edición 279 IMAGENES PORTADA
Internacional
La guerra que no existió

En la lucha contra el terrorismo, ¿hay luz al final del túnel?
por ALEJANDRO ARMENGOL Parte 1 / 2
Bruselas
Bruselas, Secretario de Defensa de EE UU Rumsfeld en
la OTAN: 'seguimos sin encontrar a bin Laden'

La idea de un progreso ininterrumpido, que reinó hasta finales del siglo pasado, ha perdido su último bastión: la guerra. Hasta ahora el triunfo en las contiendas lo determinaba la cifra de batallas ganadas o perdidas. La victoria traía como consecuencia el fin de una monarquía, un sistema o un país. El presidente George W. Bush, continuando la obra emprendida por su padre, ha cambiado las reglas del juego. Estados Unidos va a perder y a ganar la guerra contra el terrorismo. Aunque gane batallas nunca va a ganar la guerra. No se puede triunfar sobre lo que no existe.

Hubo un error inicial que sirve como explicación. Ante la crisis internacional provocada por los ataques del 11 de septiembre, al presidente norteamericano no le quedó más remedio que utilizar el concepto "guerra" para describir la lucha contra el terrorismo. Fue una salida política. El invocar la guerra supuso un fin para la angustia. A nadie se le ocurrió dudar que la potencia más poderosa del planeta pudiera perder este enfrentamiento armado.

Al hablar de guerra, Bush fijó los parámetros para enfrentar el futuro: puso un principio y un fin a lo que se avecinaba. No importa que él y todos sus funcionarios se apresuraran a decir que ésta no sería igual a las anteriores o que la naturaleza de los combates exigiría reglas nuevas. Su declaración brindó una esperanza al país.

Hablar de la lucha contra el terrorismo hubiera sido más sensato. También más desolador. La palabra "lucha" no tiene principio ni final, lleva de un sinónimo a otro y no se interrumpe con la muerte. La guerra, por otra parte, es una anomalía en el tiempo, un paréntesis que viola la paz —que se supone es la condición normal de la existencia— y un lugar geográfico.

El carácter trasgresor de la guerra sirvió de consuelo. Con justa ira, muchos en este país se desesperaron a diario, a la espera del rompimiento de las hostilidades.

El fin del régimen talibán ha sido más rápido de lo previsto. La victoria en Afganistán sucedió a un costo mínimo de vidas. No hay soldados norteamericanos caídos en combate. Hasta ahora, las pocas bajas han sido producto de accidentes y errores. Nadie parece preocupado por el costo de la operación, ni por la cantidad de bombas arrojadas sobre un país destruido. Las bajas civiles entre la población afgana es un dato impreciso, y casi sin rostro, que no conmueve.

Tampoco existe hasta el momento un sabor de victoria. Empieza, por el contrario, a surgir un sentimiento de desasosiego.

La incertidumbre tiene una causa evidente: Osama bin Laden y el mulá Mohamed Omar han desaparecido. No se sabe si están muertos o escaparon. Nunca un triunfo tan rotundo y tan rápido ha ofrecido un resultado más pobre. En última instancia, para los norteamericanos tiene una importancia secundaria que los talibanes ya no se paseen por las calles de Kabul o que las mujeres afganas no se vean obligadas a cubrir por completo el rostro y el cuerpo. En resumidas cuentas, desde que comenzaron a caer los misiles y las bombas, nadie imaginó otro final que la destrucción de Bin Laden y Omar. Algo así como una expedición punitiva más allá del Río Bravo, para capturar a dos bandidos.

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