Fue un empeño quijotesco, a todo riesgo, y sin un ápice del reconocimiento que hoy gozan los promotores musicales y las disqueras dedicadas a los ritmos cubanos. Llegado al exilio con apenas 23 años, Manuel Mato soñaba con restablecer en Miami los sueños de productor y empresario musical que había iniciado en La Habana de 1956 con la fundación de Sonotone, una firma para promover especialmente a figuras y jóvenes talentos de la Isla.

Había desembarcado en Miami con la oleada de cubanos de 1960, cargado de matrices y discos producidos por su firma, y se lanzó a grabar la música de los artistas que llegaban por entonces a la ciudad, casi siempre pensando que el retorno sería pronto.

En 1963 le grabó a Carlos Montiel Flagler Street, una canción de José Carbó Menéndez que figura como la primera producción musical del exilio cubano y, poco después, lidiando con los descalabros comerciales, compró un estudio en el oeste de Hialeah, donde se mantuvo grabando música hasta 1986.

"Aquí se grabó entonces mucha más música popular que en la Isla, pero yo no tenía el respaldo económico de un gobierno, y falló la promoción y el mercado para esa música", comenta Mato. "Fueron días difíciles, muy difíciles para los artistas cubanos".

Durante años, Mato guardó cientos de cintas con grabaciones de orquestas y solistas cubanos de aquellos días en que "nadie quería escuchar". Verdaderas joyas del patrimonio musical criollo que fueron a parar a un escaparate de recuerdos familiares en espera de mejores tiempos.

Hoy, cuando muchas de esas agrupaciones se han desintegrado por erosiones diversas (el mercado inclemente, los años, la muerte) y otros nombres parecían haber dejado atrás sus días gloriosos, Mato está asistiendo a la reivindicación del movimiento musical que floreció entonces en Miami y cuya historia está aún pendiente de escribirse como Dios manda. Tal vez ha llegado la hora de poner las cosas en su justo sitio.