Durante una de mis periódicas visitas a la librería local donde repaso más libros de los que compro en un ambiente disipado de olor a café y pastelería, terminé en la sección donde suelo detenerme con más persistencia, la de fotografía, para hojear esas espléndidas joyas editoriales donde quedan congeladas para la eternidad imágenes que, de otro modo, se perderían en la premura de la dinámica virtual, televisiva o cinematográfica.

Frente al generoso librero siempre me oigo repitiendo: "Gracias a Dios que los libros de fotografías han sobrevivido a todas las seducciones del mundo moderno".

Fue así como al ver el nombre de la prestigiosa Annie Leibovitz en la portada de un grueso volumen titulado Women, no pude sustraerme a la tentación de dedicarle mi jornada libresca.

Se trata de una colección de retratos en prístino blanco y negro o filosos colores sobre mujeres en los Estados Unidos de todas las procedencias y linajes: deportistas, primeras damas, científicas, escritoras, cantantes, meseras, coristas, políticas, madres, abuelas, mineras, campesinas, damas de sociedad, artistas, doctoras y anónimas ciudadanas que le dan una nueva dimensión al término ya en desuso melting pot u olla podrida, con el cual solía relacionarse la armonía o la disolución étnica de esta nación postmoderna (como insiste en llamarla el artista Arturo Cuenca) que es los Estados Unidos.

Durante los pasados 25 años los retratos de Leibovitz han venido ilustrando la portada de la revista Rolling Stone y de otras publicaciones adscritas a la compañía Condé Nast. Su iconografía ha devenido una suerte de cantata a la cultura popular norteamericana.

El prólogo del libro es un ensayo de la feminista Susan Sontag quien, según Liebovitz, la convenció para el proyecto editorial. La fotógrafa, por su parte, ha sido bien escueta en la intención de sus retratos: "Cómo nos vemos y qué hacemos". A lo cual agrega: "Me emociona mucho el sentido de la dignidad de estas mujeres".

Ahora es grato constatar que las imágenes del libro Women han sido ampliadas y traducidas a una exposición que abre este mes en el Museo de Arte de Miami (MAM). El evento en sí ya es una fiesta para los sentidos como lo fuera hace unos pocos años la muestra de las perturbadoras fotografías de Alejandro Serrano, artista de Nueva York con genes cubanos, quien escandalizó los circuitos culturales cuando dejó constancia visual de un crucifijo sumergido en un recipiente transparente con orina.