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La nueva política cubana de México
RAFAEL ROJAS, México Parte 1 / 2

Mucho se ha especulado en los dos últimos meses sobre las posibles continuidades y rupturas de la política exterior mexicana hacia Cuba. La elección presidencial de Vicente Fox, el primer canditado de un partido opositor que llega al poder de manera pacífica en toda la historia de México, hizo pensar a muchos que la consolidación de la democracia mexicana implicaría una diplomacia más agresiva a favor de un cambio político en la isla. El propio Fox lo sugirió en su campaña al insistir en que su gobierno revisaría la llamada Doctrina Estrada, eje de la política exterior mexicana desde mediados del siglo XX, según la cual México debe concentrar su agenda diplomática en la defensa de la soberanía nacional.

La política exterior mexicana, por tanto, ya cambió. Sobre todo, desde la llegada al poder, en 1996, de Ernesto Zedillo, un político, que a diferencia de su predecesor Carlos Salinas de Gortari, agregó, a la decisión de integrar comercialmente México a Estados Unidos y Canadá, una resuelta antipatía por los liderazgos populistas y carismáticos de América Latina

Como se sabe, esa política exterior, concebida en la situación tensa de la Guerra Fría, fue muy favorable a Cuba, ya que el gobierno mexicano, desde 1959, defendió en todos los foros internacionales la autodeterminación de la Isla frente a Estados Unidos como una proyección de su propia soberanía fronteriza. Pero a la vez, dicha política exterior cumplía, por lo menos, otras dos funciones domésticas: escondía de la mirada internacional la falta de libertades públicas del autoritarismo mexicano y facilitaba el control de la izquierda por parte de los sucesivos gobiernos de un PRI que se declaraba solidario con la Revolución cubana. El colapso de la URSS en 1992, que ofrecía a México un punto de acercamiento para compensar la vecindad con los Estados Unidos, y la firma del NAFTA, en 1994 destruyeron de golpe esa plataforma diplomática.

La política exterior mexicana, por tanto, ya cambió. Sobre todo, desde la llegada al poder, en 1996, de Ernesto Zedillo, un político, que a diferencia de su predecesor Carlos Salinas de Gortari, agregó, a la decisión de integrar comercialmente México a Estados Unidos y Canadá, una resuelta antipatía por los liderazgos populistas y carismáticos de América Latina, personificados en Fidel Castro. Durante los seis años de gobierno de Ernesto Zedillo, la opinión pública mexicana se abrió, como nunca antes, a la crítica del régimen cubano, la Secretaría de Relaciones Exteriores entró en contacto con grupos disidentes en la isla y opositores exiliados en México, el propio Presidente denunció en la Cumbre Iberoamericana de la Habana la falta de libertades que ostenta el castrismo y hasta el intercambio comercial de México con el vecino país caribeño se contrajo en más de un 40%.

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