La memoria es algo que sedimenta sin cesar. Igual que Miami: una comunidad con pasado vigente. Es cierto, como escuchaba en la isla, que los cubanos que llegaron aquí en los años sesenta han erigido una Cuba nostálgica que ya no es, en rigor, la misma que dejaron un día (¿tiene que serlo?). Pero la Cuba que recuerdan los que llegaron en los setenta es igual de quimérica que la de éstos de la primera oleada. Y así pasa con las oleadas de los ochenta, los noventa y no hay para cuando acabar. La memoria cubana disfruta la catálisis de una rara enzima: el distanciamiento.

Aeropuerto de la Habana: 15 años después

Hace unas horas me contaba el escritor y gran conversador Vicente Echerri que le habían prestado un libro editado en Villa Clara por Sed de belleza (editorial tan modesta como imprescindible) donde se habla con una intención histórica del Mejunje; una suerte de tertulia artística-literaria que ni siquiera existía cuando él pudo (o le hicieron) salir de la isla. Es decir, que el escritor pertenece a un momento anterior al que, según ese estudio, da origen a una historia cubana. Está, por tanto, fuera de ella.

Es cierto, como me decía, que después de la partida en Cuba siguen pasando cosas y los espacios son ocupados por nuevos protagonistas. Como la naturaleza, una cultura también padece horror vacui y no permite ausencias definitivas o se retuerce en ausencias insoportables. Algo de sustituible hay en cada pieza de la vida cubana.

¿Quién se acuerda hoy en La Habana, por ejemplo, de Francisco Garzón Céspedes? Una vez fue casi omnipresente en los jurados de los concursos literarios, en los talleres de narración oral, en las rondas de jóvenes y niños. Y digo esto porque es un ejemplo que me indicó Echerri para ilustrar este tipo de reflexiones; pero eso sucederá a muchos más. A todos. No hay que estar fuera de La Habana para padecer la ausencia; Teresita Fernández, contertulia de Garzón Céspedes, también padeció el olvido sin abandonar la isla. Todavía hace unos meses, después de comparecer en un programa televisivo, una coordinadora le decía: "A usted la admiramos mucho, Sra. Mercedes Sosa".

Pero así como introducen la zona en blanco dispuesta a regrabarse, los olvidos se van superponiendo hasta conformar esa acumulación que llamamos memoria histórica y en la que, salvo los profesionales del oficio, participamos parcialmente.

Aquí en Miami coexisten islas de isla. La Cuba del café con leche y el pan con mantequilla. Que recordamos como una amonestación severa de ese gran napolitano que fue Orestes Ferrara. También la del guarapo y el pastel de guayaba y el pastel de queso; que ahora alcanza, a través de la síntesis, un tercer elemento: el pastel de guayaba y queso, así, sincrónicamente. Como le definió un agudo escritor cubano con asombro: "Un pastel que es como el ying y el yang". Un derivado de la leche, que es símbolo de maternidad; y otro de un arbusto de palo singularmente duro, representante de lo masculino.