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La Habana: Tumbar la mula

por MANUEL VáZQUEZ PORTAL  
La Habana
Malecón habanero. La tentación permanente

El humor popular afirma que el problema cubano tiene dos salidas. Una por aire, la otra por mar.

Salir de Cuba, largarse, no importa hacia dónde ni de qué modo, es el público —aunque secreto— anhelo de la mayor parte de la población. Nunca se había visto tal desenfreno por la emigración.

"Escapad, gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no te dio ayer", parece ser la consigna. Es como si no se esperase más que el momento de la partida.

En épocas de la Colonia, las autoridades tenían que decretar el destierro de alguien para que éste abandonara la Isla. En tiempos de la República, la persecución política era motivo de algún que otro exilio, que no se prolongaba más allá de cuatro u ocho años. Era como si los cubanos de entonces estuvieran más aferrados a su terruño.

Hoy —este "hoy" tiene ya cuarenta y dos años— no. Hoy, a la primera oportunidad, hasta el más comecandela sale tumbando la mula.

Ese despelote, ese desaguacate, ese despepite por dejar atrás palma y bohío, Guantanamera y Cha-cha-cha, por no ver nunca más "colas" y "camellos", es lo que ha generado en el pensamiento de la nación la idea de que todo el mundo quiere tumbar la mula pero nadie quiere hacerlo con el caballo.

Y es verdad. O más o menos verdad. O un poco verdad. Tumbar la mula es más fácil, aparentemente.

Antes la gente se iba con el deseo de regresar. Tenía esperanzas de volver a casa (entonces no se la confiscaban), reencontrarse con su familia (entonces los lazos familiares estaban por encima de las pasiones políticas), recuperar sus símbolos patrios (entonces no eran propiedad privada de ningún partido), en fin, de disfrutar el regreso a sus raíces.

Hoy —ya dije que este "hoy" tiene casi medio siglo y que las personas no viven tanto y las casas se desmoronan y los familiares fallecen y los símbolos patrios van perdiendo idealidad— la gente se marcha sin pensar en el retorno. Sencillamente quiere escapar de algo que no le deja vivir como sueña.

Ah, pero no es tan fácil tumbar la mula. Hay desesperados que mueren en los trenes de aterrizaje de aviones que parten de La Habana, hay audaces bucaneros que se aventuran sobre una bacinilla calafateada, hay seductoras doncellas que conquistan a un jeque de la pobreza del Primer Mundo, hay aguerridos funcionarios que cambian de casaca apenas pisan tierra ajena, y todos, absolutamente todos, tienen que fatigar la mula antes de tumbarla.

Alguien dijo: "Cuando los pueblos emigran, los gobernantes sobran". Pero los gobernantes cubanos no quieren cargar con la culpa de tanta fuga, y acusan a otro Gobierno de estimular la estampida, y tumbar la mula se está tornando cada día más difícil, y la gente se va quedando sin caminos, y usted verá que cuando no puedan tumbar la mula van a querer tumbar al caballo, y es entonces cuando se va a armar la desconflautación divina.


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