Martes, 09 abril 2002 Año III. Edición 340 IMAGENES PORTADA
Desde...
Manhattan: Un brindis irlandés en Kilmegan's

por EMILIO ICHIKAWA MORIN  
Irlanda
St. Patrick's Day. Belfast, Irlanda

El apóstol de Cuba es un hombre. Dicen algunos que le vieron echar luces por los ojos y estrellas por la frente, pero no se le conocen milagros. Él mismo aseguró en Tampa y Cayo Hueso que cargaba la paloma, y tiempo después caía en los campos cubanos recibiendo muerte antes de darla. No sé si mató, pero intentó matar. Y llamó a la noche patria, y le dijo amada a la muerte, y también amiga. Y a la guerra necesaria. Jamás será canonizado.

El apóstol de Irlanda es un santo. San Patrick nació en Kilpatrick, Escocia, en 387, y murió en Downpatrick, Irlanda, en 493, un 17 de marzo. En su homenaje se realizó el pasado sábado en Manhattan la parada de los irlandeses, que muestra la devoción y la fuerza de esa nación en los Estados Unidos. Toda la 5ta avenida se vistió de verde, y además de las banderas en las astas se veían, verdes también, las mejillas de las jóvenes.

A juzgar por mis amigos, son los irlandeses gentes de carácter fuerte; extravertidos y de muy buen ánimo. Como dice una amiga, la alegría de los irlandeses contradice la frialdad que los estereotipos asignan a los climas grises. Reúnen por igual fuerza y amabilidad, elementos que les han permitido superar los duros días de ingreso a la nación americana. Dejaron en su tierra una raíz profunda, y se trajeron al Hudson deseos y voluntad. Todavía se pueden ver en museables oficinas de inmigración algunos trajes de novias, máquinas de coser y los martillos con que echaron a andar las primeras fábricas.

En el siglo XIX, el Padre Félix Varela consiguió abrir una iglesia para los católicos irlandeses, y desde entonces le viene a uno la simpatía por ese pueblo de pelo áureo y piel rubia y sanguínea. Les vimos pasar desde la esquina que forma la 5ta con la calle 53, que sirve además de punto de reunión a los estudiantes que visitan el Museo de Arte Moderno. Se pasearon de a miles y durante horas enteras; hicieron noble alarde de alegría y mostraron su éxito social con empeño. Decenas de bandas hilvanaban su música en torno al inconfundible sonido de la gaita; mientras las botas blancas servían de base a los más diversos uniformes. Figuraban, con orgullo genuino de grupo que triunfa y no de nación que se obstina, colegios, universidades, equipos deportivos, empresas.

Iban entre ellos, como otros más, gente de Asia, de África, algún cubano. De lo irlandés difícilmente guste al cubano su comida: la papa desabrida, la carne sin adobo (bueno, al cubano le gusta hoy la carne en cualquier modo), el guiso simple; pero le satisfará la manera de vivir, el buen beber, la pasión por la literatura, el juego, la música y las demás artes.

Después del desfile (desfile libre, no temer) nos fuimos a celebrar con nuestros amigos de Irlanda, a celebrarlo en grande. Caímos sobre el Kilmegan's, una taberna irlandesa de Queens, en grupo de diez. Junto a la negra Guinness ("the heavenly nectar") y la cerveza verde de la ocasión, estaban las canciones de coro y se podían mirar también los libros de una biblioteca muy antigua. Las tabernas irlandesas de New York exhiben con orgullo una mínima galería de sus escritores favoritos. Irlanda, para asombrar con su literatura, no tiene que avanzar una lista interminable, basta con elegir al azar unos pocos nombres de su poderosa reserva: Swift, Shaw, Joyce, Beckett.

Habrá también una parada cubana; para mayo me han dicho, quizás. Estaremos juntos otra vez con los irlandeses amigos, pero no sé por qué me parece que será una situación diferente. Tengo respecto a esto las mismas dudas que hace unos días me comunicó un escritor cubano de la zona: no sé si es mejor una manifestación luctuosa de cubanos silentes, o romper una rumba que pare un instante todo el tráfico de Manhattan.


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