| La Habana: El error de Spielberg |
|
 |
| por RICARDO GONZáLEZ ALFONSO |
|
El Parque Jurásico está en La Habana, próximo al antiguo Capitolio Nacional. Allí puede verse a un Ford-Sauro 48 reposar, en el Paseo del Prado, de su último viaje a La Lisa. Mientras, un Dino-Chevrolet 56 parte a Marianao con el vientre lleno homos tan poco sapiens que piensan que viajan en taxi.
De San Miguel del Padrón regresa un Masto-Cadillac-donte del 52. Parece agónico, pero no hay que engañarse: ahora el lomo-techo le llega a la cola-maletero (así caben más pitacanthryus criollos).
La Habana es una travesía donde se viaja como Cromagnon en lata. Un itinerario salpicado por baches con vocación de cráter, junglas de basura y farallones... que amenazan con aludes capaces de amedrentar al mismísimo Indiana Jones.
Por 10 pesos en moneda nacional o 50 centavos libres y convertibles, uno puede trasladarse en esos taxi-sauros desde una barriada de Playa hasta la fronteras del Casco Histórico —o prehistórico— de una ciudad que no por gusto fue declarada Patrimonio Nacional de la Humanidad.
Los timoneles de estos fósiles rodantes deben pagar 13 impuestos anuales y, además, son perseguidos por dos depredadores que gustan de los sobornos: algunas especies de inspectores y los policías menos erectus.
Pero estos conductores no son dignos de lástima, sino todo lo contrario. Son más ingeniosos que un Bill Gate en el paleolítico. Cualquiera de ellos le injerta un motor Mercedes Benz petrolero a un Studebeker sobreviviente de la última glaciación.
Si se trata de inventar mecanismos, ni hablar. En un Dodge del cuaternario se puede encontrar la manigueta de una ventanilla que ya no funciona, adaptada para salir de las entrañas de estos reptiles. Se necesita de cierta pericia, claro está, para mover la palanqueta que hala con un alambre de perchero el dispositivo que, con la ayuda de una codazo, abre la puerta.
Hay más. Una mujer puede estar de parto y sacarla del apuro un ginecólogo devenido en taxista —y no a la inversa—. Hay arquitectos que, sin soltar el timón, proyectan apartamentos en cualquier azotea. O químicos que enseñan a procesar el peor de los alcoholes. Con dos horas de añejamiento, aseguran, supera en calidad al Havana Club.
Los politólogos no logran explicar por qué dentro de estos fósiles con piel de lata no funciona el totalitarismo. Un Pontiak del 51 hospeda la misma cantidad de libertad de expresión que pudiera contener Ginebra. El pasajero más asustadizo critica al Gobierno con la complicidad de un chofer que quizá unos meses atrás, cuando ejercía como juez, lo hubiera condenado a cuatro años de cárcel por "propaganda enemiga".
En una auto del Cenozoico conversaba con una colega sobre el líder disidente Vladimiro Roca. Cuando sólo quedábamos mi compañera y yo, el del volante dijo: "Yo me gradué de abogado cuando trabajaba en el Ministerio del Interior. Por aquel entonces vigilé a Vladimiro. Es muy valiente y sabe lo que quiere". Antes de bajarme le entregué mi tarjeta de periodista independiente y una sonrisa.
Entonces pasó un Lada de color rojo, con una antena larguísima. Desde el interior del auto made in URSS, tres militares observaban a los transeúntes como si exploraran campo enemigo. Alguien aseguró que se trataba de la prole del Tiranosauro Rex, ejemplar que según cierto libro de Paul B. Weiss era el tirano rey de los dinosauros... Algo que no hay que atreverse a repetir en la calle. Al menos si se conocen las leyes del Parque Jurásico.
|
