| Último inning |
|
| Sobre el futuro del béisbol nacional en momentos en que el régimen de La Habana afronta su enésima crisis. |
 |
| por ROGERIO MANZANO, New Jersey |
Parte 1 / 2 |
Otra vez el fin de Fidel Castro parece acercarse. Los actuales espasmos de la eterna crisis nacional vuelven a mostrar el camino al despeñadero. Si el viejo emperador cae, no sería nada del otro jueves presumir que el resto de su andamiaje político y social se desplomaría junto con él.
De ocurrir algo así, el deporte cubano, sobreprotegido hasta el paroxismo por el régimen, recibiría un violento golpe, una inevitable transformación. Empero, para muchos, la principal cuestión estaría centrada en saber cuál sería el futuro de la pasión número uno de los habitantes de la Isla, el béisbol.
En este punto ni el mejor sastre, porque hay demasiada tela por donde cortar. No obstante, nadie duda que el primer swing democrático estaría dirigido hacia una apertura inmediata para que los peloteros de la Isla puedan jugar con plena libertad en Grandes Ligas.
Lo complicado llegaría después, cuando se necesite reelaborar el presente esquema del campeonato invernal. Y es aquí donde aparecen varios aspectos a dilucidar, sobre los que se deberán tomar decisiones significativas para, cuando menos, observar el debido respeto por la extraordinaria tradición beisbolera isleña.
Sería absurdo que sucediera lo que ocurrió en 1959, cuando los rebeldes tomaron el poder. Ellos comenzaron a ¿organizar? el país y los encargados de estructurar el béisbol revolucionario decidieron eliminar de golpe y porrazo más de 80 años de leyenda sobre los diamantes, para rescribir la historia a partir del 14 de enero de 1962, con la inauguración de la Primera Serie Nacional de Béisbol Aficionado. Valdría la pena entonces que, llegado el momento, una nueva institución beisbolera utilizara la palabra tolerancia para que pasado y presente se enlazaran en un solo término: béisbol cubano.
|
