Viernes, 30 noviembre 2001 Año II. Edición 247 IMAGENES PORTADA
Deporte
El botín a casa

Cuba campeón mundial de béisbol: un motivo más para la arenga política.
por IVáN GARCíA  
Veléz y Ulacia
Director técnico Vélez; jugador más valioso del torneo,
Ulacia

La selección nacional de béisbol se sacó la espina de su derrota por el oro olímpico en Sydney ante EE UU, al derrotar a los norteños 5 carreras por 3 en un partido de infarto. Las dos novenas llegaron al final tras sortear innumerables obstáculos.

En la llave A los estadounidenses comenzaron perdiendo dos partidos, 6 por 5 y 3 por 1 ante Dominicana y Nicaragua. Después se pusieron el mono de trabajo y lograron 7 victorias al hilo, apoyados en un cuerpo de pitcheo que laboró para 0,90 y una ofensiva buena que promedió 323. En el juego de muerte súbita venció fácilmente a Panamá 7 por 2. Y en el partido que daba el paso a la final derrotó a los locales de Taiwán 4 por 1.

Los de Taipei, por cierto, conformaron para el torneo la mejor escuadra de su historia. Cuba, por su parte, fue segunda en el grupo B. Ya se sabe que sufrió ante equipos fuertes como Canadá y Australia, pero ganó. Perdió, eso sí, ante Japón, 5 por 3, pero los débiles como Filipinas y Rusia fueron arrollados. Panamá y Holanda, novenas de cierto nivel, fueron superadas también de forma inobjetable.

Y llegó la ruleta rusa. El juego del cruce frente a Dominicana era vital. Si se perdía, regreso a La Habana. El director técnico Higinio Véliz se arriesgó y no abrió con su astro el diestro José Ariel Contreras, reservándolo para la semifinal frente a Japón. Dedujo que los nuestros vencerían. Así sucedió, pero el partido pintó feo. Hasta el quinto inning se perdía 1 carrera por 0, por jonrón del toletero dominicano Ramón Espinoza. En la parte baja de ese capítulo el descontrol de los lanzadores quisqueyanos y un hit oportuno del estelar torpedero Germán Mesa redondeó el racimo de tres anotaciones. Entonces, desde el montículo, el derecho Norge Luis Vega cerró la puerta. De forma sólida trabajó todo el partido, permitiendo sólo un hit más. Victoria 3 por 1.

El sábado 17 fue una final adelantada con los dos mejores equipos de este mundial: Japón y Cuba. Se jugó el mejor partido del evento. En once entradas, los abridores José Ariel Contreras y Shigo Fijii se enfrascaron en un duelo impresionante. Contreras, apoyado en su recta de 95 millas, su slider de nivel y su tenedor diabólico sólo permitió una carrera sucia y ponchó a 11. Fijii, un zurdo que ganó el juego decisivo en el torneo de Mayores de Japón, estuvo casi impecable. Durante diez innings ponchó a diez bateadores cubanos. Su recta de 91 millas y sus rompimientos endiablados fueron un anatema para los nuestros.

Pero en el onceno se selló la suerte. Cuatro hits y un fly de sacrificio bueno para anotar par de veces condujeron a la victoria 3 por 1.

Y llegó la final. Ante los del norte se empezó arriba, con dos carreras. Pero éstos empataron en el cuarto y sacaron del box al nudillista José Ibar. A su rescate vino un joven de 21 años de nombre tan enrevesado como sus lanzamientos: Vicyohandri Odelín, poseedor de la mejor sinker de nuestra pelota, que mezcla con una recta de 92 millas y un slider impresionante. Todos estos envíos los tira bajos y con excelente control.

Odelín frenó a los norteamericanos y en el octavo se rompió el empate a dos, con hit nuevamente dorado del short stop Germán Mesa. La victoria fue 5 a 3 y el oro de los nuestros.

En el país el triunfo tuvo varias lecturas. Después del paso de los enfurecidos vientos del huracán Michelle, que dejaron en pañales a la economía, la gente tuvo en este campeonato algo al menos para entretenerse. Por la diferencia de hora los juegos se televisaron en la madrugada. Ojerosos y soñolientos, los fanáticos siguieron las incidencias.

Debido a la fuerte carga política a la que Castro somete al deporte, y en especial al béisbol, muchos en la Isla, opositores ocultos del régimen, deseaban una derrota de la novena nacional. "No porque no sea patriota, sino porque Fidel ve en los juegos de béisbol una especie de campo de batalla. Cuando derrotamos a EE UU se llega al paroxismo y se politizan y manipulan a su antojo las victorias deportivas y los atletas cubanos. Por eso yo deseaba que perdieran", expresa José Mesa, 51, ingeniero.

"Para Castro los atletas son soldados y los terrenos campos de guerra, pero a pesar de todo, yo siempre quiero que ganen los nuestros", señala Ariel Díaz, 22, estudiante universitario, quien luego de ver los partidos en la madrugada, se dormía en clase.

Después de tanta escasez material, una vida espiritual pobre y la habitual metralla de discurso político barato del Gobierno, la inmensa mayoría de los fanáticos celebran el triunfo. Puede que para Castro el béisbol sea un arma política, pero para la afición la política no es béisbol.


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