Viernes, 15 noviembre 2002 Año III. Edición 495 IMAGENES PORTADA
Cultura
El puente de la cuerda floja

La nueva política cultural del régimen ha neutralizado a numerosos escritores, tanto de la Isla como del exilio. ¿Qué factores garantizan su éxito?
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 4 / 4

Bien miradas las cosas, al apostar abiertamente por el oportunismo y la doble moral, la nueva política cultural parece haber encontrado una solución "negociada" al problema del éxodo masivo de escritores. La oferta es tan tentadora que días atrás su principal promotor, el ministro de Cultura Abel Prieto, declaró a La Jornada Virtu@l que "hace dos o tres años se detuvo el éxodo de creadores cubanos y algunos de los emigrados vuelven al país". Sirva este dato como botón de muestra de la eficacia del mecanismo descrito más arriba, que ha abierto una válvula de escape especial para los escritores, una alternativa risueña a la traumática ruptura política abierta.

Por supuesto que el apoliticismo por sí solo no es ninguna garantía de calidad literaria. Sobre todo porque —como antes el compromiso obligatorio— funciona casi como un ucase que sólo le deja al autor la alternativa de escribir a favor o de limitar su crítica al detalle intrascendente, lo cual viene a ser la misma cosa. Estas restricciones, aceptadas de buen o mal grado tanto por los escritores de dentro como por los del exilio rosa, impiden el enjuiciamiento integral de la sociedad apreciable en obras como Tres tristes tigres, de Cabrera Infante, Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas o La nada cotidiana, de Zoe Valdés.

Con todo, al quedar descartada la crítica directa, se hace un mayor énfasis en el acabado estético, el estilo, la riqueza metafórica o la alegoría fina, a lo Senel Paz en El bosque, el lobo y el hombre nuevo. En fin, el discurso literario tiende a refinarse. Por supuesto, talento de por medio, una virtud que, coqueteando con los límites fijados, Leonardo Padura derrocha en la novela negra, un género que apunta siempre al corazón del sistema. Ello explica la sordina oficial que envuelve al autor de Pasado perfecto y Paisaje de invierno. Pocos alcanzan semejante excelencia narrativa, desde luego. Pero, pese a carecer de mensaje y dimensión estética, hasta las más pedestres descripciones fotográficas de aspectos sórdidos de la cotidianidad cumplen una útil función de crónica social (ausente por completo en esa épica ideologizada al uso hasta hace poco, cuya cumbre novelística lleva el título más machista de toda la historia de la narrativa universal: La última mujer y el próximo combate, de Manuel Cofiño). En última instancia, esta vertiente pseudoliteraria también da fe de la decadencia de una literatura que se "jineteriza" a la par con la sociedad que la ha engendrado. Ya no se corre el riesgo de que la posteridad no pueda conocer a través de las fuentes literarias de la época cómo terminó el sueño romántico del castrismo.

En verdad, las ganancias de la reforma cultural en el campo literario no son todo lo que cabe desear. Pero, al igual que en la economía, tampoco dejan de ser apreciables. Por ejemplo, los permisos de salida ejercen un efecto liberador en las letras cubanas: por primera vez desde enero del 59 autores criollos viven largos períodos a título privado en el extranjero, rompiendo al fin el doble cerco de la insularidad geográfica y el enquistamiento totalitario. Si se quedan y rompen el cordón umbilical que los une a la Isla o, al contrario, optan por seguir haciendo malabares en la cerca, es una decisión que depende de ellos y de sus circunstancias en el exterior. El éxito de la segunda novela de Abilio Estévez (otro de los herejes invitados a integrar la delegación oficial cubana a la Feria de Guadalajara) y sus recientes declaraciones, han despertado gran expectativa en este sentido.

Por lo demás, renuentes a publicar bajo las nuevas reglas de juego (tolerancia-censura-autocensura) o imposibilitados de hacerlo por la escasez de papel y otros insumos, autores jóvenes en plena posesión de las herramientas del oficio literario, con tiempo de sobra y ya con poco o ningún compromiso con el poder, están escribiendo en la Isla con toda libertad (de momento, aún para la gaveta) y, de paso, labrándole a las letras cubanas el camino hacia cimas más elevadas. Y es cosa sabida que la literatura suele medrar precisamente allí donde la adversidad y la intolerancia aprietan, pero ya no asfixian. Cuestión de esperar.

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