Viernes, 15 noviembre 2002 Año III. Edición 495 IMAGENES PORTADA
Cultura
El puente de la cuerda floja

La nueva política cultural del régimen ha neutralizado a numerosos escritores, tanto de la Isla como del exilio. ¿Qué factores garantizan su éxito?
por JORGE A. POMAR, Colonia Parte 2 / 4

—Ampliación del margen de crítica tolerada tanto en la creación literaria como en la configuración de la imagen pública (autopercepción y autopresentación) de los escritores de la Isla, ahora en condiciones de asumir para consumo exterior poses de aparente libre albedrío y, por ende, reducir el abismo entre lo dicho y lo pensado. Lo cual sumado a su ya inveterada estrategia del silencio oportuno (el que calla no otorga, alegan), les permite salvar la cara y tranquilizar su propia conciencia esquizoide.

—Pago de subsidios jerarquizados en moneda dura, que saca a los creadores más desfavorecidos (aquellos con poco o ningún derecho de autor en el extranjero) de la asfixiante penuria cotidiana que sufre el cubano de a pie, equiparándolos con los estratos intermedios de la casta militar dominante, beneficiada por un tratamiento análogo.

—Perfeccionamiento del sistema de premios literarios, que ahora se otorgan incluso a aquellos con viejas manchas de herejía intelectual en sus expedientes. Así, por ejemplo, un César López o un Antón Arrufat han recibido el Premio Nacional de Literatura; y los más fieles —Cintio Vitier o Pablo Armando Fernández— incluso el mayor homenaje de que puede ser objeto un escritor conformista residente en la Isla: una visita personal de Fidel Castro.

—Concesión de licencias laborales por tiempo indefinido y permisos de residencia en el extranjero: un exilio rosa que hay que ganarse con una conducta ejemplar, regular o intolerable (se prefiere a los autores incómodos fuera de la Isla).

—Libre comercialización: cada autor está en el derecho de promover sus obras en el extranjero y de agenciarse por esa vía las divisas indispensables para sobrevivir y crear en el actual socialismo dolarizado.

Este conjunto de recursos de emergencia, aplicados selectivamente, suscita recelos por parte de los halcones del PCC. Por más que, a primera vista, el régimen haya dado a torcer su brazo in extremis, abriendo la compuerta a una estampida masiva, las duras realidades del exilio actúan como un disuasivo eficaz. Entre otras cosas porque, como bien saben los numerosos aspirantes, vivir de lo que da la pluma es difícil en Europa o Estados Unidos y, en cambio, muy cómodo en Cuba, siempre que le entren a uno un par de dólares de vez en cuando.

De hecho, en el mundo occidental son contados los escritores en grado de vivir exclusivamente de la creación. Las dificultades se tornan insuperables si no se domina la lengua extranjera a la perfección o no se llega ya avalado por un prestigio inicial o, en su defecto, se cuenta con la promoción en alguna editorial de punta. El escritor tránsfuga sabe que ha perdido su público natural. Peor aún, se arriesga a perder también el estro. Por si fuera poco, tropieza dolorosamente con la hostilidad de un estamento cultural europeo o iberoamericano dominado por una izquierda predispuesta en su contra. Claro, siempre puede probar suerte en Miami. Pero allí le aguardan el doble foso de la competencia de los que llegaron antes y la ingrata perspectiva de un brusco choque con su propio pasado de la mano vindicativa de sus antiguas víctimas en la Isla.

En este sentido, el puente de plata que le tienden las autoridades culturales cubanas es providencial. Por un lado, le brindan la oportunidad de ahuecar el ala sin quemar las naves. Por el otro, al concederle un margen de crítica, le facilitan la coartada de adoptar una suerte de imparcialidad aderezada con poses patrióticas frente al manido tema del embargo. Si triunfa en los escabrosos medios editoriales foráneos —donde el talento no garantiza el éxito— o consigue un buen empleo afín, puede ponderar la posibilidad de quitarse la careta y dar por terminado su pacto con el diablo. He ahí el temor de los halcones del régimen.

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