| Guadalajara o la ingobernable diversidad de la cultura cubana |
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| por RAFAEL ROJAS, México D. F. |
Parte 1 / 3 |
La próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara tendrá a Cuba como país invitado. Desde principios de este año, se han suscitado múltiples debates sobre ese evento. No podía ser de otra manera: la FIL estará dedicada a la literatura cubana y la literatura cubana, como sabemos, es un universo vastísimo, que involucra a centenares de creadores dentro y fuera de la Isla. ¿Cómo elaborar una muestra justa de ese universo, que represente con cierta fidelidad un continente tan plural y disperso? La única forma, más o menos viable de lograrlo, habría sido por medio de una comisión organizadora, integrada por creadores importantes de la Isla y la diáspora, que elaborara una representación equilibrada.
El Gobierno cubano, sin embargo, no vaciló un instante en atribuirse toda la autoridad en el asunto. Tampoco pudo haber sido de otra manera: la política cultural del Estado cubano tiene como una de sus funciones predilectas decidir qué obra se publica y difunde, de acuerdo con criterios estéticos e ideológicos. En Cuba, a diferencia de la mayoría de los países occidentales modernos, el Estado es el principal constructor del canon nacional de las letras, la máxima autoridad pontificadora. Un canon construido, además, por escritores-funcionarios que entrelazan sus gustos y simpatías estilísticas con sus convicciones e ideas políticas, de tal manera que el juicio literario oficial nunca contravenga la Razón de Estado.
Esa funcionalidad orgánica de la política cultural cubana está contenida en la doctrina fidelista de "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada". La exégesis de la frase, como sabemos, abre una multiplicidad de sentidos que siempre remite, en última instancia, a la discrecionalidad del poder. La palabra clave de la fórmula es "Revolución", y de la manera que ésta se entienda dependen los límites a la libertad de expresión que impone el Estado. Hasta 1992, la semántica del término parecía incluir al marxismo-leninismo como ideología oficial. De manera que un documento no marxista o antimarxista podía ser percibido como si estuviera "fuera" o "contra" la Revolución.
En los últimos diez años, sin embargo, la semántica de la Revolución se ha reducido y el margen de tolerancia para los discursos artísticos y literarios se ha ampliado. Ahora Revolución sólo es sinónimo de otras tres entidades: la Nación, el Estado y Fidel Castro. Sólo que en esta sinonimia el tercero y el cuarto término son los que cuentan con mayor capacidad de determinación: quien critique públicamente a Fidel Castro o quien emita un juicio de oposición al régimen político es considerado automáticamente un contrarrevolucionario y un anticubano. Como acostumbra a decir un importante novelista que reside en México, ahora redescubierto en la Habana:"en Cuba, usted puede hablar de la cadena, pero no del mono".
La doctrina fidelista de Palabras a los intelectuales (1961), aunque resulte paradójico, ofrece al poder cultural de la Isla un campo de apertura hacia discursos artísticos y literarios asumidos como "no revolucionarios", es decir, como políticamente neutrales. Ese campo es el que ha aprovechado eficazmente, en la última década, la actual dirigencia del Ministerio de Cultura para ampliar el margen de libertades públicas en la promoción del arte y la literatura que se producen en la Isla. Esa "apertura", sin embargo, implica un "cierre", un reajuste de fronteras, un nuevo trazado de límites, en el que siguen quedando fuera del "espacio nacional" de la cultura aquellos creadores que practican intervenciones públicas de oposición al régimen.
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