Muérete en Chambas |
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por RAúL RIVERO, La Habana |
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Si uno ponía atención, interés y buena voluntad, llegaba a disfrutar algunas notas de Vereda tropical o Capullito de alelí.
A toda velocidad, por la acera, con un peine de a medio envuelto en un pedazo de papel, el tipo tocaba aquella trompeta insolente y repartía los programas de los dos cines del pueblo.
Se quitaba, a veces, el instrumento de los labios morados para anunciar las películas que le parecían más atractivas o para responder las bromas y ataques de los paseantes.
Platanito borracho, Platanito vago, le gritaban, y el hombre interrumpía su concierto o el elogio de un filme de Tin Tan para lanzar esta frase: ¿Vago? Muérete en Chambas si tú eres hombre.
El caso es que Platanito era el sepulturero de ese pequeño pueblo, vecino del nuestro allá, en el límite norte de la antigua provincia de Las Villas con el Camagüey de antes.
Desde luego que si alguien acumulaba suficiente coraje como para irse a morir a Chambas, allí lo iba a esperar el vengador Platanito —taimado y diligente— para enterrarlo con sumo placer.
Algunos de los nuevos críticos cubanos de cine deben su formación a los Platanitos de sus pueblos, y a unos frutos prohibidos que probaron después en la capital.
Pero he resucitado provisionalmente al personaje para otras reflexiones.
Quiero dedicar esta nota a los escritores y artistas extranjeros que, desde sus realidades, elogian y llegan a mostrarse rojos de envidia por la vida en nuestro país. Como se ve, sólo en este caso, podemos cambiar el color de la envidia.
A ellos y a los que vienen a sentir la experiencia cubana como invitados de los organismos gubernamentales y regresan a repartir adjetivos que los funcionarios de cultura les deslizaron en sus carpetas y computadoras.
A ellos, que en el centenario de Cernuda debían tener en cuenta los posibles abismos entre realidad y deseo.
Todavía con sentido de gremio y con respeto para no ser víctima de la chusmería inducida y aceptar el miedo ajeno con la misma humildad con que asumimos el nuestro.
Es una sencilla convocatoria a conseguir información y a reflexionar con la profundidad e imparcialidad que se debe tener para examinar lo que pasa en cada país.
No hay que creer ciegamente en la alegría del esclavo. Algunos cepos se instalan en las vísceras.
Es para no tener que gritarles desde una calle de La Habana, como gritaba Platanito a sus insultadores.
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