Martes, 04 diciembre 2001 Año II. Edición 249 IMAGENES PORTADA
Cultura
En Miami también vive el Aleph

Feria del Libro de Miami: literatura de la diáspora a disposición de los ávidos lectores del exilio.
por ALEJANDRO RíOS Parte 2 / 2

Serafina Nuñez
Serafina Nuñez; Mario Vargas Llosa

Durante la lectura, un silencio sepulcral se produjo entre una parte del público, atraída por otra disertante de la noche, Carmen Duarte (quien dirigiera el programa de radio Transición, del Comité Cubano por la Democracia), de estreno también en las ligas mayores con su primera novela Hasta la vuelta, de tema histórico.

Al final de ambas comparecencias, un joven que solamente había escuchado el fragmento leído por Terré Morell, le espetó en un lenguaje alambicado, suerte de engendro lingüístico entre (Roberto) Robaina y Lezama, que su obra era a todas luces un fracaso. A lo cual la escritora respondió con su más serena y cordial sonrisa.

Luego, el grupo integrado por abogados, diletantes, amigos confesos de Castro y presos políticos, que profesan la peregrina esperanza de un diálogo franco con la dictadura, se retiraron sin felicitar ni comprar los libros de la herética y elogiada compatriota con residencia permanente en Argentina.

El momento nervioso de la cubanidad en feria lo protagonizó Daína Chaviano quien tembló como una hoja al viento al presentar su reciente novela Gata encerrada y luego se le quebró la voz al rememorar a Cuba en un cuento contenido en País de dragones, donde un brujo implacable asola las bondades de cierta bella isla.

La estrella de la Feria, sin embargo, resultó ser una frágil anciana de 88 años, la legendaria poetisa Serafina Núñez, quien recibiera el permiso de salida de Cuba pocas horas antes de presentarse en Miami y debiera estar en el aeropuerto desde la mañana hasta la tarde y casi sin sacudirse el polvo del camino aparecer, de punta en blanco y en silla de ruedas, ante cientos de lectores, alzada en andas sobre el escenario ante el júbilo del público que había esperado días por la rara ocasión.

Triste pero libre de rencores por los 34 años de silencio editorial que debió sufrir en su país, Serafina Núñez agradeció a sus compatriotas de Miami tanto desvelo y sensibilidad por la poesía. No obstante el visible agotamiento físico que la embargaba, fue pródiga, sabia y humorística al responder preguntas sobre su vida y su obra. Dijo que la vejez había estropeado algo su figura, que Lezama era un hombre honorable con quien le gustaba conversar y que Dulce María Loynaz recibió el apoyo de su apellido y del esposo, un famoso cronista social, para abrirse paso en el universo literario de la época. Hizo saber, además, que no podría vivir en otro lugar que no fuera Cuba, donde se dedicó al magisterio y siguió escribiendo su poesía aunque no la publicaran.

Antes de despedirse, dijo uno de sus poemas de memoria, bajó del escenario junto a una de las bisnietas que la acompañaban, a quien advirtió que el café con leche de la noche debía ser más caliente que el que le habían dado de bienvenida.

Casi a punto de abordar el automóvil que la llevaría de vuelta a su numerosa familia de Miami, se cruzó en la calle con Mario Vargas Llosa, quien había concluido la presentación en inglés de La fiesta del chivo.

Le recordó que en Cuba muchos lo admiraban. Él se inclinó ante la venerable anciana, algo ofuscado por los espontáneos elogios femeninos, y sólo alcanzó desearle salud y dicha.

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