Martes, 04 diciembre 2001 Año II. Edición 249 IMAGENES PORTADA
Cultura
Oficios benditos

El mercado negro dentro del mercado negro dentro del mercado negro y, por último, dentro del mercado negro.
por RAúL RIVERO  
Mercado Negro

Es como un ministerio, pero eficaz. Sus empleados llegan todos los días a cada cuadra de la república enmascarados y sutiles con el corazón en la boca.

Son las fuerzas grises del mercado negro. De sus jabas de guano —accesorio elemental de la infantería— puede salir cualquier producto, desde unos ñames vanos y unas yucas pastosas hasta una estatua ecuestre de Rodolfo Valentino.

En un estuche de violín —el portador lleva entonces un traje beige de solapa estrecha— viaja rígido y asombrado un pargo de La Coloma.

De Camagüey, una muchacha con aires de institutriz trae a fines de mes en un portafolio piezas de casabe y bolas de queso. De su elegante cartera auxiliar puede extraer en cualquier momento los exóticos nísperos, canisteles, ciruelas, pomarrosas, higos y una docena de caimitos.

Desde Ovas o San Juan y Martínez, una pareja de ingenieros vende en la Habana Vieja jamones que ellos preparan y garantizan. Ofrecen, además, para completar una buena invitación a amigos y parientes, la más genuina Guayabita del Pinar, casera, sin química, salvaje y seca.

Hay sectores de este ministerio más comprometidos y riesgosos. Son los que tienen que ver con la carne de res, los mariscos y el café serrano.

Hace un tiempo unos empleados estatales llevaban camarones, en la zona de Cienfuegos, en transformadores eléctricos y una señora de Sancti Spíritus transportaba un filete dentro de un aparato de radio al que le habían quitado todas las piezas.

Cuando la policía detiene a un ómnibus para un chequeo sorpresivo, en plena carretera, siempre se quedan sin dueño decenas de bultos, cajas, maletines que nadie se atreve a identificar. Los agentes confiscan las maletas huérfanas y sigue el viaje.

Pero nada los detiene. De los mataderos municipales o de los montes donde se refugian los matarifes y sus chágaras, siguen fluyendo pedazos de carne hacia las ciudades en sombrillas abofadas, pañales de bebé, fajas de mujer, cajas de dominó, cantinas de leche y melones apócrifos.

Ese mercado tiene otras modalidades inquietantes. Se llama la lucha cuerpo a cuerpo porque el gestor te propone al oído la mercancía. Es una aproximación sospechosa, íntima.

Tengo un buen colchón, dice un tipo joven y fuerte que se te acerca a la puerta de una tienda.

Mira esto, te murmura otro por la espalda, mientras enseña un juego de sala apretujado en una foto de aficionado.

Así es esto a fines del 2001. Un mercado que incluye libros prohibidos y medicinas en falta. Una faena que ayuda a sobrevivir y baja la autoestima. Una jugada que otros pícaros sacaron también de sus jabas trucadas para convertir en culpables a las víctimas.


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