Viernes, 31 mayo 2002 Año III. Edición 378 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Traigo una guayabera y... 20 minutos de libertad

Jimmy Carter y el Proyecto Varela convergen en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. ¿Es ya un hecho la transición en Cuba?
por ALEJANDRO ARMENGOL, Miami Parte 3 / 3

La invitación de Castro a Carter resulta una jugada riesgosa, pero también astuta. Dándole el crédito que se merece a la habilidad del gobernante cubano, no hay que olvidar que es él quien ha colocado las piezas en el tablero. Aún es pronto para conclusiones, pero el hecho se vislumbra de una trascendencia mayor que el viaje del papa Juan Pablo II, al menos desde el punto de vista político. Tras la derrota en Ginebra y el empeoramiento de sus vínculos con las naciones latinoamericanas —y con Chávez debilitado tras el intento de golpe de Estado—, Castro gana con quien más le interesa en estos momentos: los empresarios y políticos norteamericanos. No sólo coloca completamente a la defensiva a la actual administración (por lo general los gobiernos norteamericanos, incluido el de Carter, han estado mayormente a la defensiva frente a Castro), sino que aísla y hasta cierto punto neutraliza sus planes de endurecimiento. Cuando el Gobierno de Bush haga su anuncio la próxima semana —de un plan que se especula no contendrá nuevas medidas sino un reforzamiento de las líneas vigentes—, lo hará con el conocimiento de un creciente movimiento en favor de un mayor comercio con la Isla (las ventas ya han alcanzado los cien millones de dólares) y consciente de la existencia de una corriente de rechazado en el Congreso y el público norteamericano a mayores sanciones. En todo caso, la validez o supervivencia de las medidas dependerán en gran medida de los resultados electorales de noviembre.

Por su parte, la tradicional línea dura del exilio está más aislada que nunca, limitada a la voz cada vez más débil de dos o tres locutores o al griterío de unos cuantos alborotadores de esquina. En este sentido, hay una línea de continuidad entre el caso Elián González y el viaje de Carter, como parte de una campaña para debilitar o neutralizar al exilio tradicional.

Pero ganar puntos frente al rechazo de un embargo anquilosado no significa obtener un baño de legitimidad, sino compartir la primera plana de los diarios con una disidencia cada vez más fuerte, y depender de una voluntad de cambio —y no sólo de una imagen conciliadora— con vista al futuro. Es cierto que estos cambios no le interesan a los negociantes que sólo se limitan a vender sus productos, pero el cuestionamiento decisivo al régimen no es el que pueda hacerle la prensa internacional o el congreso norteamericano, sino el que aumenta a diario con el movimiento opositor —cuya participación en los destinos nacionales crece por día.

La personalidad de Carter no deja de ser un factor importante a la hora de analizar los riesgos presentes para Castro. Hasta ayer su visita era una más para los cubanos. Cientos de personalidades han ido a la Isla sin afectar sus vidas —suponiendo sólo una tarde de sol frente a una tribuna, la pintura de un edificio o una camiseta de regalo. Hoy saben que alguien les ha hablado en su idioma de un mundo desconocido pero real, de forma mesurada y sin echarles a la cara la inutilidad de tantos años de trabajo y escasez. Tampoco con anterioridad se había presentado una situación como ésta, donde el reconocimiento internacional de la disidencia ha alcanzado tal punto que silenciarla es arriesgarse a un aislamiento similar al de Afganistán sólo hace unos meses. En el Proyecto Varela se encierra la gran pregunta sobre el futuro de Cuba. En estos momentos, más de un centenar de funcionarios —y muchos más que unos cuantos miles de hombres y mujeres empeñados en su subsistencia— deben estar preguntándose cómo unos pocos opositores han logrado llegar tan lejos. ¿Es una señal de que una transición propiciada por el propio régimen está a las puertas? ¿Se trata de una prueba irrefutable de la incapacidad del Gobierno para tener un proceso de reformas? Cualquiera que sea la respuesta a éstas y a decenas de preguntas similares, lo único cierto es que la posibilidad de un cambio es hoy más cercana que nunca. Cuando ocurra esa transformación, que afectará tanto a la Isla como al exilio, se deberá, entre otros —por varios hechos y por varios motivos—, a Jimmy Carter.

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