Lunes, 01 abril 2002 Año III. Edición 334 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Aristocracia de verdeolivo

Tras 43 años en el poder, los revolucionarios del 59 ya son 'apellidos ilustres'.
por EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York Parte 2 / 2

Al menos desde la perspectiva anarquista, la revolución de 1959 califica como un cambio social fútil. Hubo, a fin de cuentas, una rectificación de los estratos sociales, pero los estratos sociales se mantuvieron. Se ha terminado por decir que en la sociedad cubana actual hay, en efecto, diferencias de clase, pero que no son tan graves ni escandalosas como las que existían antes de 1959. Como se aprecia, se trata de un tipo de argumento de grado, cuantitativo, mediante el que no se consigue una distinción a nivel de cualidad. Fue precisamente eso, una cambio radical en el orden de cosas cubano, lo que propuso el ideario fidelo-guevarista en los primeros años de la revolución, apoyándose en el mesianismo judaico-dialéctico de Marx. Segun un irónico chiste habanero, en el socialismo no hay diferencias de clase, pero hay "una clase de diferencias..."

Con la revolución de 1959 encontraron su "chance" personas que muy difícilmente hubieran podido ascender a la cúspide social según las reglas de juego del capitalismo republicano. Un caso emblemático, por ejemplo, es el del Comandante de la Revolución Juan Almeida (se le dice "histórico", como al primer exilio de los 60), vástago de una familia de color muy humilde, quien ha llegado a codearse como representante del Gobierno con la clase económica y política internacional, e incluso, con ciertos estratos de la aristocracia europea, para no hablar de la africana. A la altura de casi medio siglo de historia revolucionaria, él forma parte de eso que he llamado "aristocracia de verdeolivo", a la que asiste un añejamiento, una "solera" social equiparable a aquellas familias que emergieron en la República fundada en 1902 y cuya acumulación insular fue cercenada en 1959. La presencia de varias generaciones pertenecientes a esta "aristocracia de verdeolivo" es sencillamente un hecho.

En 1815, después de caer un Imperio que duró mucho menos que la revolución en cuestión, se produce en Francia la restauración borbónica. La aristocracia tradicional había recuperado su espacio en la cúspide de la sociedad francesa, pero ahora no estaba sola: le acompañaba la emergente "aristocracia napoleónica". En un principio, como es de suponer, los cruces entre ambos grupos fueron irritantes, pero con el tiempo se produjo una promiscuidad que llegó a ser legítima. La Historia puede tender muchos puentes entre grupos diversos que, sin embargo, coinciden horizontalmente en la escala social. Hay dos de ellos que tienen carácter propedéutico: el dinero y el amor.

Hay muchas probabilidades de que en el futuro cubano operen estas transiciones clasistas. Para algunos será realmente desconcertante; como me dijo un amigo, será alucinante escuchar a alguien expresar algún día: "Mi hija está bien, imagínate, se casó con un Lage"; o bien, "su vida cambio desde que se ajuntó con una de los Castro".

La "aristocracia de verdeolivo" está en movimiento: colecciona obras de arte, compra casas y demás propiedades inmuebles, guarda dinero en el extranjero y ubica a sus hijos y nietos en las mejores universidades del mundo. Por si fuera poco, un Gobierno postcastrista que trate de anular los convenios que desde ya se están rubricando en la Isla estaría actuando en contra de la lógica de los tribunales y organismos multi o supranacionales que genera el proceso de globalización. El futuro de Cuba no se decide en las calles o en las plazas sino en los "laboratorios" de la política mundial. Hay dos caminos: marginarse o participar.

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