Lunes, 01 abril 2002 Año III. Edición 334 IMAGENES PORTADA
Sociedad
No maldigas en casa vacía

por RAúL RIVERO, La Habana  

Esta semana el mensaje me llegó del Sur. Me lo dijo al oído una voz de mujer: desde que me encerraron en celda de castigo, me siento como un corresponsal de guerra.

Lo firmaba Bernardo Arévalo Padrón, el periodista que desde noviembre de 1997 cumple una sanción de seis años en la prisión de Ariza, en la provincia de Cienfuegos, en el centro sur de nuestra República.

Arévalo, que había fundado poco antes de ser procesado una pequeña agencia de noticias, se mantiene en contacto con varios colegas y es, en efecto, un exacto corresponsal de su guerra privada y del conflicto de decenas de hombres encerrados en aquellos circuitos.

Sus notas, letra desparramada y difícil, apunte de muchos dramas, son siempre crudas y dolorosas, y las descripciones de la vida en la cárcel te obligan a tratar de pensar que eso no está pasando en Cuba.

Arévalo no usa anestesia. Los párrafos entran en la conciencia de sus destinatarios como unas dagas finas o unos alfileres.

Él es inocente porque no diseña lo que pasa allí. Sólo lo describe, lo relata con una prosa casi de piedra, que entra a mandarriazos en los renglones.

Siempre que leo esas piezas me remito a los textos que me enviaba desde su prisión el poeta y periodista Juan Carlos Recio.

Hacia 1999, el hombre que ahora compra la prensa en Pennstation antes de las nueve de la mañana, me remitía desde otra cárcel de Villa Clara sus manuscritos sucios y estrujados, envueltos en hojas de tabaco.

Doy bandazos contra la nada/ un día es otro y el futuro/ mezclo mejor el vino que la amargura/ no dejes que vengan por ti/ nunca evoques a los muertos/ ni maldigas en casa vacía.

Así escribía desde los calabozos el poeta de Camajuaní, y esas leyendas, creo yo, sin retrato físico, sin hambres, sin malos olores y sin mortificaciones de la carne, me trasmitían otra forma de la angustia.

Me han cortado como la espiga del arroz/ me violan en sueños que son realidad/ esos Matías Pérez de la sed y del instinto. La enfermedad de los que viven de dobles/ es saber que hay uno solo para lo eterno.

Juan Carlos Recio también podía ser despiadado en sus historias, pero les ponía pomadas y hojas de salvia y a quienes las leíamos en La Habana nos creaba la ilusión de que el poeta tenía una nube personal donde esconderse.

Ahora mismo, pienso que hay tanto sufrimiento en uno como en el otro. Arévalo sigue en su corresponsalía y el poeta es libre, pero lejos de Cuba. Seguro hallará pomadas para eso otro dolor.


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