Miércoles, 27 febrero 2002 Año III. Edición 311 IMAGENES PORTADA
Sociedad
El desenlace (IV y final)

Contada por uno de sus protagonistas, una serie que desvela la historia de las guerrillas en Matanzas contra el régimen de Fidel Castro.
por HéCTOR MASEDA Parte 1 / 2

Eliminado el grueso de las fuerzas insurgentes, los pocos grupos sobrevivientes fueron infiltrados, capturados o puestos fuera de combate en operaciones de la inteligencia de Fidel Castro. José Manuel Ríos Ramos sería detenido luego de feroz persecución. Después vendrían los interrogatorios, las sesiones de torturas físicas y psíquicas, los juicios sumarísimos y las condenas: la cárcel para algunos, el fusilamiento para muchos.

Tras la muerte de El Pichi, apenas quedaron tres o cuatro grupos guerrilleros operando en Matanzas. Al respecto, José Manuel puntualiza: "En la provincia quedaba el grupo de Campito, próximo a las Villas; el de Montenegro, en Puerto Escondido; y el de Raúl Ramos en San José de los Ramos. Este último decidió atacar el cuartel del ejército de la localidad, causándole varias bajas a los militares. Más tarde, perseguidos, cercados, sin parque ni alimentos, sufrirían la misma suerte que el resto de nuestros compañeros".

"Yo fui capturado por la milicia de Castro el 23 de febrero de 1963 —especifica José Manuel—. Dos días antes, El Pichi, los hermanos Boitel, Genaro Cabrera, los Morales y otros más que no recuerdo (14 en total), nos dirigimos al municipio Pedro Betancourt, a la finca El Isleño. Al amanecer del día 23 fuimos sorprendidos. Nuestras postas intercambiaron algunos disparos y todos nos dispersamos. Yo puede alcanzar mi arma y municiones, no así los zapatos y la comida. Apliqué la táctica militar: corrí en dirección a los primeros disparos. No tropecé con ningún guardia. Una o dos horas después me detuve; estaba cansado, solo y con los pies destrozados. Con mucho esfuerzo pasé la carretera de La Piraña, a unos kilómetros del combate. No supe más de mis compañeros. Llegué a la finca San Antonio. Allí me tiré a descansar un poco y me quedé dormido. Grave error, porque el ejército me seguía de cerca. Me despertaron sus gritos de ¡Ríndete! Me entregué. Habían alguno niños en la vivienda y no quise ser la causa de sus muertes. Además, no tenía la menor posibilidad de salir vivo en la refriega. Eran varias decenas de hombres".

Lo llevaron a la jefatura de la policía política (DSE o G-2) en el municipio de Pedro Betancourt.

"Fui interrogado pero no di mi verdadero nombre —dice José Manuel—. Al principio, los oficiales creyeron que era un miliciano que sufría contusiones como consecuencia de los combates. Yo les seguí la corriente. Me trasladaron para la jefatura del G-2 en Versalles, Matanzas. Siguieron más interrogatorios. Continúe con la historia del contuso. A los pocos días me remitieron para Jagüey Grande y luego para el central Australia, centro de operaciones militares del Gobierno en la provincia. A estos oficiales sí que no los pude engañar. Muchos de ellos provenían de La Habana (Villa Marista, la jefatura central de la policía política); sabían que yo era un guerrillero, pero desconocían mi identidad. Conmigo estaban presas alrededor de 600 personas, entre colaboradores nuestros y campesinos sospechosos de colaborar con nosotros. Me llevaron a un cuarto aparte, separado de los demás detenidos".

Según relata Ríos Ramos, fue sometido a torturas físicas para que hablara: "Me tuvieron tres días sin comer, parado y descalzo durante horas sobre unas latas de compota (5 centímetros de diámetro por 10 de alto), al tiempo que dos guardias me colocaban bayonetas en ambos lados del cuello para que no pudiera moverme. Era una posición sumamente incómoda. Caí varias veces desmayado o al perder el equilibrio. Sólo cuando esto ocurría me dejaban unos minutos tirado en el suelo hasta recomenzar las sesiones de tortura, y así hasta el próximo desmayo o pérdida de equilibrio. El proceso se repetía una y otra vez. Más tarde conocí que varios de los detenidos habían sufrido este mismo procedimiento en los interrogatorios".

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