Miércoles, 27 febrero 2002 Año III. Edición 311 IMAGENES PORTADA
Sociedad
La isla prisión

Breve crónica de una penitenciaria llamada Cuba.
por JORGE OLIVERA CASTILLO  
Detalle

Juan padece de avitaminosis. Apenas conserva un vago recuerdo de las carnes rojas, del pescado u otras fuentes de proteínas. Ráfagas de hambre le agujerean el raciocinio. Sus huesos rinden tributo a la fragilidad.

El agua con azúcar del desayuno y los 40 gramos de pan son pequeñas dosis de cianuro que utiliza para ralentizar un asesinato encubierto. Los parásitos hacen parte del trabajo sucio. Un crimen perfecto, impune hasta la médula.

Infecciones digestivas, hepatitis, infarto, hipertensión arterial, asma... cualquiera de estas variantes podría adelantar un fin homicida. Escasean los fármacos y la atención médica es una distante posibilidad. A menudo los galenos desoyen los lamentos del enfermo; es como si a los tímpanos de aquéllos llegaran relinchos, rebuznos o bramidos, señales cifradas para un veterinario. Juan se pregunta si estará en lo cierto y sufre una metamorfosis.

En otras ocasiones el infierno incluye puntapiés, puñetazos, apaleamientos y toda clase de agresiones físicas, protagonizadas por individuos dados a martirizar al prójimo con espíritu festivo.

Se trata de una porción infinitesimal del universo carcelario cubano. Juan es un nombre entre decenas de miles condenados por nimiedades que abochornarían a un jurado adscrito a la decencia profesional. La apropiación furtiva de un kilogramo de boniatos o la acusación de un policía bastan para recluir por largas temporadas, sin que una apelación remedie el daño.

Semanalmente cientos de reos se aventuran a una fuga tan o más tenebrosa que su propio calvario (según estadísticas dignas de crédito uno de cada cuatro logra escapar). El resto perece. ¿A manos de sus centinelas? No. En las aguas del Estrecho de la Florida.

Los fugitivos no abandonan Ariza, Taco-taco, La Pendiente, Aguadores o Agüica. Ninguna de las 400 prisiones y campos de concentración desperdigados por el territorio nacional. Huyen de la estrechez económica, del linchamiento verbal, de los discursos grises, del odio ciego al pluralismo.

Antes las penitenciarias eran detectadas a simple vista: rejas, atalayas, recintos amurallados, precariedades internas, abusos, excesos de toda laya. Ahora los barrotes son invisibles y los vigías innecesarios. Policías y delatores pululan como moscas.

Con toda seguridad se trata del único renglón eficiente en la errátil y apocalíptica historia de la Cuba marxista. El que ha convertido a Juan, y a otros muchos millones de compatriotas, en prisioneros de por vida.


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