Vilma o la esperanza |
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Las últimas apariciones de la presidenta de la FMC dejan una pregunta en el aire: ¿Un gobierno encabezado por mujeres enderezaría el rumbo tomado por la nación? |
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por ARMANDO AñEL, Madrid |
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Salvando las inevitables excepciones —que insisten en confirmar la regla—, toda autocracia es masculina. En el más genérico sentido del término, lo es porque domina, alardea y, sin embargo, mata. Porque más que hacer política, hace como si la hiciera. En el caso del castrismo, la regla adquiere carácter de axioma, corrobora la perogrullada que es el machismo cubano, caribeño, criollo. Un machismo gesticulador, atento a las inflexiones del discurso y la temeridad de los ademanes; al mínimo detalle que pueda menoscabar, siquiera poner en entredicho, su imagen resultante.
El castrismo repudia lo femenino —obsérvese como a la postre, a pesar de su palabrería igualitaria, no hay prácticamente ninguna mujer en los puestos claves de decisión a nivel gubernamental—. Se ve a sí mismo, en concreto y en abstracto, como una suerte de entidad impenetrable, ríspida, ajena a melindres que supone patrimonio del llamado "sexo débil" (débil, abierto, deleznable...). Incapaz de abandonarse a las flaquezas de la franqueza, nunca, o casi nunca, descubre su emoción, a no ser que sea falsa o rigurosamente indispensable. No se maquilla porque de cualquier manera en el fondo, de cara a la superficie, es representación, circo, redundante mascarada. Nunca mejor dicho: más de lo mismo.
En el solemne tablado de la revolución marxista-leninista, la presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas y ex de Raúl Castro, Vilma Espín, desempeña un papel peliagudo por lo genuino: tiene poder pero en verdad no tiene; no manda... ni siquiera hace como que manda. Vilma certifica una espontaneidad femenina que el régimen de Fidel Castro, sobre todo la persona de éste último, teme y al unísono desprecia. El show que "escenificara" a su reciente arribo a Estados Unidos [ver el enlace del vídeo al final de este artículo] —en esta clase de aprieto el Coma-andante o cualquier otro castrista de alcurnia hubiera simulado, se hubiera hecho "el loco", pero ella fue lo que realmente es— o las cámaras que la captan durmiéndose, cabeceando campechanamente mientras el Máximo Líder revolotea, en el marco de una Asamblea Nacional que ratifica el carácter "intocable" del socialismo cubano —y en consecuencia incorpora la inconsciente oscilación de la Espín a ese "momento histórico"—, no hacen más que confirmar la regla: las autocracias modernas, en tanto mediáticas, son machistas. El "sexo débil" es demasiado franco para ejercer permanentemente el transformismo.
Si Cuba tiene un futuro, éste debería estar en manos femeninas. Un siglo de gobierno masculino ha hundido el país en el caos político, la bancarrota social y la devastación económica, si se exceptúan unos pocos períodos presidenciales, de difícil enumeración. Hay en la mujer cubana, en la mujer en general, cierta propensión a desenrollar la verdad, a la naturalidad y la llaneza (recordar, en otro orden de cosas, a la Thatcher) ideales para la limpieza administrativa y el restablecimiento moral de la nación. Ello facilitaría una política más pragmática y consecuente, menos atenta a la simbología y el mito, más eficaz, más asequible a la presión popular y el ojo de la crítica. Vilma Espín, qué duda cabe, no es el mejor ejemplo. Pero por ahí van los tiros.
_____r e f e r e n c i a s_____
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