Cuba, noche y oscuridad |
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Para el autor, la nación es impensable gracias al pudor con que enmascara sus estratos, fortunas y creencias. |
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por EMILIO ICHIKAWA MORIN, Nueva York |
Parte 1 / 2 |
Afirmaba Martí que otra patria tenía además de Cuba: la noche. Y como era hombre que pretendía coherencia, se preguntó: ¿O son una las dos? La respuesta posible: Cuba es la noche.
En su novela El color del verano, Reinaldo Arenas permite la realización de la utopía cubana: una isla viable como un gran país independiente, una identidad flotante que se torna en el más puerto de los puertos; no aquel donde el mundo todo desembarca, sino el que tiene como posibilidad el desembarcar absolutamente en cualquier lugar del mundo.
Según Arenas, los cubanos han tratado de salvarse a través de una conspiración insólita: roer la plataforma insular hasta poner la Isla a flote. Después es sólo cuestión de trámite: arrimarla a un lugar tan elegido como la Isla misma.
Ese postrer varadero, sin embargo, se convierte en una fuente de discordia que acaba hundiendo definitivamente a la Isla: descendientes de africanos, yancofilos, afrancesados, teólogos de la liberación, extoreros, metafísicos regenerados, budistas apócrifos, lezamianos, peloteros ecológicos, cubanos discrepantes todos, sumergen la tierra prometida ante la imposibilidad de llevarse cada cual una provincia a sus pretendidos orígenes.
Esa utopía "autofagica", que se desencadena en madrugada, está anunciada en ese libro confesional donde Arenas trata de huir una vez más de las sombras: Antes que anochezca.
En la misma sensibilidad, pero con menos delirio, el escritor Carlos Victoria evade los posicionamientos extremos ante la noche. Ni exilio, como Arenas, ni ciudadanía patriótica, como Martí; Victoria busca una reforma de la oscuridad, una habitabilidad razonablemente desgraciada donde sean posibles los encuentros.
De ahí que en su novela Puente en la oscuridad la invisibilidad funcione como una suerte de ambiente propiciador. Cuba sigue siendo hoy, como rumoran sus literatos, un lugar que se salva y se destruye en la oscuridad. En la noche.
En Cuba lo importante suele ser velado, nocturno, invisible. No vemos los pecados y los placeres de los héroes, ni las páginas definitivas de los escribas, ni los móviles de la historia. Se pierden los diarios reveladores, se extravían las cartas esenciales, se silencian los discursos y confesiones epónimas. A cambio de eso, disponemos de toda una palabrería pública que dice nada.
Cuba es casi imposible de ser pensada por el pudor con que se enmascaran sus estratos, fortunas y creencias. No hay hombre, congregación religiosa o partido político cubano que venga en nombre de intereses específicos. Carecemos, por ejemplo, de programas que digan: "... buscamos con esto el bienestar de los campesinos del sur", "... defendemos los intereses de los pescadores de agua dulce", o "... marchamos por el aumento de salarios de los maestros de primaria". Nada de eso: la costumbre cubana manda a hablar en nombre de ese valor intangible y ficticio que llamamos "pueblo cubano", "pobres del mundo", "oprimidos" o "humanidad".
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