Lunes, 18 febrero 2002 Año III. Edición 304 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Mario Bauzá

El matrimonio del jazz con la música cubana tuvo un testigo. He aquí la semblanza de la boda.
por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA Parte 1 / 2
Bauzá
Mario Bauzá (sentado a la izq.), miembros
de los Afro-Cuban Jazz Orchestra

Los nexos entre el jazz y la música cubana tienen larga data y han producido momentos y figuras espectaculares. El estallido del cubop en los años 40, gracias a la conjunción Pozo-Gillespie, fue el hito más conocido y el que dio inicio a la fama de lo que hoy conocemos como latin jazz, a pesar de la escasa participación que tuvo la antigua Roma en esa gestación. Pero nada de ello habría ocurrido (o hubiera ocurrido de otra forma) si Mario Bauzá no hubiera decidido emigrar a New York.

Nació en La Habana, el 28 de abril de 1911. Su familia era pobre, por lo que unos vecinos se encargaron de pagar sus estudios de clarinete y oboe en el Conservatorio de Música de La Habana. Su temprano e indiscutible talento le permitió ocupar un atril en la Orquesta Filarmónica capitalina a la edad de 16 años. Como ocurre con muchos clarinetistas, también tocaba saxofón. Aunque recibió una beca para continuar sus estudios en Italia, optó por renunciar a ella, tal vez porque percibía que un músico negro no tenía mucho futuro en ese campo o acaso por una definida vocación más popular.

En 1927 acepta una invitación de Antonio María Romeu, que necesitaba un clarinetista, para hacer unas grabaciones en New York con su famosa charanga. Quince días bastaron para fascinarlo y en 1930 ya estaba instalado en la ciudad.

Cuando llegó, Antonio Machín necesitaba un trompetista para su cuarteto, y había que ganarse la vida. Bauzá aprendió ese nuevo instrumento en 15 días, lo cual es especialmente meritorio si se tiene en cuenta que la forma de embocar del saxo y el clarinete nada tiene que ver con la técnica empleada para sacarle sonido a una trompeta.

Su principal anhelo era tocar jazz y estaba en el lugar adecuado y en el momento oportuno. La era del swing estaba en todo su esplendor y las grandes bandas se contaban por decenas, así que había demanda de instrumentistas capaces. En 1932, encuentra un espacio en la banda de Noble Sissle y, a finales de ese mismo año, en la de Chick Webb, donde comenzó su estelar carrera, pues en poco tiempo se convirtió en el director musical de la que era una de las principales jazz band de los Estados Unidos. Allí permaneció hasta 1938, cuando pasó a la banda de Cab Calloway.

En esta rotunda orquesta comienza a introducir elementos rítmicos del son en la estructura del jazz, lo cual fue un reto más difícil de lo que aparenta, ya que se trata de músicas eminentemente rítmicas y basadas en compases diferentes. Es muy interesante la afirmación que al respecto hace el musicólogo Leonardo Acosta, rememorando sus épocas de instrumentista: "...cuando tocaba saxofón en los años 50 me molestaba la percusión cubana para tocar jazz, pues se producían choques rítmicos que le restaban swing a la ejecución".

Mario Bauzá trabajó con Calloway hasta 1941. Inmediatamente, se unió a la banda de Frank Grillo, Machito y sus Afro-Cubans, espacio donde crece, madura y se define la fusión entre el jazz y la música cubana. Esa escuela, cuya influencia es mucho mayor de lo que se conoce, abriría innumerables puertas y su sonido está detrás de fenómenos tan disímiles como Pérez Prado, la Banda Gigante de Benny Moré (Duarte mediante) o la salsa newrican de principios de los 70. Machito era el propietario de la orquesta y, como cantante, su figura más conocida. Sin embargo, el director musical era Bauzá, que permaneció como tal hasta 1976.

Esta agrupación comenzó haciendo música cubana —guarachas, sones y boleros—, a la que incorpora el formato de jazz band, con sus secciones de saxos y trompetas, lo cual propicia la aparición de arreglos donde se percibe la influencia jazzística. Es decir, no se trata, todavía, de jazz con elementos de música cubana, sino de lo contrario.

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