Lunes, 18 febrero 2002 Año III. Edición 304 IMAGENES PORTADA
Semblanzas
Orlando Contreras

por JOAQUíN ORDOQUI GARCíA Parte 1 / 2
Portada
Orlando Contreras (derecha) con
Benny Moré

Durante la década del 40 se define en Cuba una forma de interpretar el bolero protagonizada, sobre todo, por el Conjunto Casino. A diferencia de estilos anteriores, el acompañamiento estaba a cargo de un conjunto, agrupación formada por piano, contrabajo, bongó, tumbadora, a veces guitarra, entre dos y cuatro trompetas y tres cantantes, algunos de los cuales pueden interpretar también maracas y claves. Otra diferencia importante con el bolero tradicional de los trovadores es que los cantantes no actúan como trío (con voces prima, segunda y tercera), sino que casi siempre dividen sus funciones entre un solista y un coro, encargado de los estribillos.

Esta forma de cantar se impondría hasta el punto que, posteriormente, muchas agrupaciones prescindirían de dos cantantes, encargando el coro a percusionistas u otros instrumentistas. No se trataba de un esquema rígido, pues, como he señalado en varias ocasiones, uno de los secretos de la enorme vitalidad de nuestra música ha sido su capacidad de romper, de forma casi ininterrumpida, sus propios cánones. Pero lo cierto es que a partir de esa década se estandariza una forma de interpretación que, por cierto, convive con otra, el filin, con una mayor capacidad para abrir nuevos caminos. Esa parece ser una de las razones por la cuales sentimos que entre dos formas de interpretación prácticamente contemporáneas una de ellas, el filin, es más moderna que la otra.

Varias generaciones de grandes intérpretes hacen suya esta forma de interpretación basada en la combinación de un conjunto y un cantante, desde los veteranos Panchito Riset y Orlando Vallejo, hasta los "jóvenes" Rolando Laserie, Lino Borges y Orlando Contreras, quienes eclosionan entre finales de los 50 y principios de los 60.

De ellos, sólo Laserie (indiscutiblemente el más original) ocupó el lugar que le correspondía en el imaginario popular cubano. Lino Borges, el único que permaneció en Cuba, se fue apagando junto a la decandecia que sufrió el género en la Isla, mientras que Orlando Contreras —quien paradójicamente tuvo su hora de gloria durante los dos o tres primeros años de la Revolución, cuando sustituyó a las grandes figuras que habían partido al exilio— desde que salió de Cuba jamás volvió a alcanzar la plenitud del estrellato y tuvo que sufrir una permanente comparación con otras figuras, como Laserie, Vallejo o Riset, con quienes podía compartir sensibilidades, pero cuyas voces era completamente diferentes.

Nació en La Habana, en 1930, y a principios de los 50 canta en una de las más importantes fábricas de música de la época: la Orquesta de Neno González, donde inició su peculiar estilo, basado en "los trémulos y melismas propios del flamenco", como señala Tony Évora en El libro del bolero. Su voz, aguda y nasal, se adaptaba a la perfección al "bolero vitrolero", subgénero en el que dejó notables grabaciones como Mi corazonada (José Fernández Pérez), acaso su interpretación más conocida, o Mi copa está vacía. Es precisamente la victrola el medio por el cual se hace popular como cantante solista.

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